Como dicen por ahí “cada loco con su tema” y yo, definitivamente soy medio locaria para las comidas. Por ejemplo, soy fanática del arroz blanco recién hecho con mantequilla. Pero tengo que servírmelo justo en el momento en que pasa de crudo a cocido. ¿Saben lo que digo? Entonces me lo sirvo en plato hondo, pero no de los hondos llanos, sino de los hondos tipo tazón, le pongo la mantequilla encima y me lo como con cuchara. No hay otra forma de hacerlo. Se tienen que cumplir todos los citados requisitos.

De la misma familia del arroz con mantequilla son los patacones con mantequilla. No con kétchup como los disfruta la mayor parte de la población. No señor. Bien calientes para que la mantequilla se derrita y le chorree a uno la mano que los sostiene y encima dos o tres granitos de sal. Solo dos o tres. No me maten, pero en las noches de vagancia en que no tengo ganas ni de untar una rebanada de pan con mantequilla de maní, me gusta comer galletas Saltines con mantequilla. Habrán notado la omnipresencia de la mantequilla supongo.

Pero no crean que todo es mantequilla, es posible que en esas mismas noches de vagancia cene cuñas de manzana o de pera envueltas en jamón. Y en una visita a un viñedo en Mendoza, Argentina, nos dieron de postre helado de chocolate con un chorrito de aceite de oliva y los mismos dos granitos de sal de los patacones. ¡Me encantó!

Desde los tiempos en que ya teníamos edad para ir caminando a la “tienda de la esquina” cuando vivíamos en Campo Alegre lo que yo quería comprar era una bolsa de papitas fritas de las normales de toda la vida -no el tipo Ruffles con canalitos- y una barra de chocolate Crunchie y deleitarme comiendo ambos manjares simultáneamente. Como seguramente en el mundo hay muchas personas que gustan la combinación de papitas con chocolate, ahora se han inventado un millón de variedades de estos bocaditos crujientes que ya vienen parcial o totalmente cubiertos con chocolate. Me parece bien, pero yo sigo prefiriendo mi vieja combinación, sobre todo porque ahora puedo comprar papitas “saludables” fritas en aceite de oliva… jejeje.

Lo cierto es que me fascina combinar dulce con salado. Quizás por eso me gustan tanto los aderezos agridulces o el mango chutney sobre la torta de carne molida de una hamburguesa o el tocino confitado con azúcar morena y sirope de arce y los pretzels con Nutella y los higos y dátiles con queso. Si me gustara el pastel de manzana seguramente lo comería con una rebanada de queso amarillo, pero ese pecado no lo cometo. El melón cantalupo con prosciutto a nadie le parece extraño, pero va por la misma onda del dulce con el salado.

Y por esos caminos van mis gustos en comida, más no se limitan solo a eso. He allí la tragedia: todo lo pruebo, todo me gusta, todo me lo como. La cintura me acusa.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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