La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay dios es un coro de Pedro Navaja que viene a la mente con frecuencia. Y aunque, en el contexto original, nos lleva a una sorpresa no del todo agradable, pienso que se puede aplicar a cualquier situación de la vida diaria. Y ¿por qué no? también a las sorpresas agradables.
Hace un par de meses les conté que mi hija mayor se casó y ahora vive en Florida. Con motivo de una pequeña reunioncita familiar estuvimos visitándola durante el puente del tres de noviembre. Vivimos algo de nerviosismo y susto porque no sabíamos si podríamos llegar al aeropuerto dado que los cierres de calle estaban alborotados, pero la situación no fue nada que un viaje al aeropuerto a las cuatro de la madrugada para un vuelo a la una de la tarde no pudiera resolver.
Resulta ser que una de las vecinas de mi hija es amiga de una doctora panameña que tiene muchos años de vivir allá y resulta ser que un día la doctora comentó que su mamá –que estaba por llegar a visitarla– era asidua lectora del Diario de Mamá. Pequeño es el mundo. Como nos quedamos un par de días adicionales después de la celebración, surgió la oportunidad de conocer tanto a la doctora como a su mamá.
¡Qué agradable sorpresa! Nos reunimos en un restaurantito muy agradable al que se puede llegar caminando de la casa de mi hija y fue así como la vecina, la doctora, su mamá, mi hija y yo coordinamos para cerrar una tarde conversando. ¡Qué maravilla!
Imagínense, vine yo a conocer a una panameña en Tallahassee, una panameña vecina del Cangrejo que honestamente, aquí en la ciudad jamás hubiera conocido. Porque así es la vida. Nos da sorpresas a diario y muy buenas. Ocasionalmente, nos da de las otras, pero no todo puede ser coser y cantar. De vez en cuando hay que fregar pisos.
El encuentro estuvo fabuloso. Compartimos eventos de nuestras vidas, que si tengo tantos hijos y tantos nietos, que si trabajé toda la vida en puestos de asistencia social, que si me gusta esto y aquello, que he pasado por estas dificultades y así se nos fue la tarde. El sol se ocultó y seguíamos en la conversa. Nos levantamos para irnos y seguíamos en la conversa. Nos prometimos visitas a su vuelta al país y fue así como en un par de horas germinó la que pienso puede ser una linda amistad.
Estos descubrimientos me dan mucha paz porque veo que, aunque lejos, mi hija está rodeada de gente que la quiere y está lista para ayudarla en lo que necesite. Sabias palabras las de Rubén. Y, aunque la sorpresa de Pedro Navaja no es la que uno ansía recibir, yo, por mi parte agradezco la que la vida me acaba de regalar. En verdad, las agradezco todas, las buenas, las malas y las feas, porque así me hizo Dios, pues.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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