Quienes hayan leído algunos de mis artículos probablemente habrán descubierto en alguno que digo con frecuencia “soy mala en las lomas”. Eso lo sé desde siempre, desde chiquita, desde que salíamos de cacería con mi papá. Creo que se debe a que vine al mundo con un defecto de fábrica que hace que me sea muy difícil respirar por la nariz como debe ser. Es posible que antes de todas mis alergias la nariz me haya funcionado correctamente, pero honestamente no me acuerdo.
Este problema fisiológico hace que también me sea casi imposible correr porque este es un ejercicio que requiere que uno controle muy bien la respiración para poder sostener la actividad en el tiempo. Yo, honestamente, ya ni trato porque a estas alturas mis rodillas no lo agradecerían para nada y he decidido que deseo que me duren un par de años más.
Pero bueno, a todo se acostumbra uno en esta vida y lo que no se puede hacer así, se hace asao y muerto el cuaco. Caminar me viene muy bien así es que a eso dedico mis horas de ejercicio. La piscina también me fascina, pero sacar tiempo para ponerse vestido de baño y recoger trapos y rogar que no llueva y todo eso, suele ser un poquito más complicado. Se hace cuando se puede.
Suelo caminar en el Parque Omar porque me queda cerca y aun cuando me quedaba lejos me fascina su vegetación y la paz que se respira en el lugar. Además, me trae recuerdos de mi papá cuya intervención fue importante en la constitución del mismo, pero ese es otro cuento. Como muchos de ustedes sabrán, el parque no es plano, hay buena dosis de subidas y bajadas. Dicen los que saben que esas rupturas con las planicies son buenas. No lo discuto, lo acepto como válido, pero no me gustan. Ahora bien, no todo en la vida puede ser del gusto de uno. Me resigno.
Durante mis peregrinaciones a Santiago me tocó una buena dosis de subidas con sus respectivas bajadas. Igualmente me tocaron terrenos planos que pensé serían los de más fácil culminación y resultaron ser los más difíciles. Tramos larguísimos, monótonos y desabridos con el diablo sobre el hombro.
Cada vez que comento con alguien que “soy mala en las lomas” me vienen a la mente los terribles descensos que debía emprender a cero kilómetros por hora para evitar los resbalones a los que soy propensa y el golpeteo en las rodillas, que como ya les mencioné, soy aficionada a cuidar. Junto a las bajadas me viene a la mente la vida, traicionera cuando le da la gana pues nos hace pensar que llegando a la cima hemos conquistado el mundo. Eso no es cierto, porque no podemos quedarnos allí para siempre, en algún momento nos tocará descender y es allí cuando la puerca tuerce el rabo.
Sugiero pues que cuando el destino los ponga cuesta arriba vayan pensando cómo van a descender, así la bajada no los tomará por sorpresa y aunque sea dura, más dura que la subida, estarán preparados. Porque, amigos, la vida es como le gusta ser y eso no siempre es como nosotros preferiríamos.