A pesar de que el español es mi lengua madre —en realidad el castellano como me corrigió hace años un valenciano cuando me quejé que no entendía nada de lo que hablaban decenas de peregrinos a Santiago en el país en el que yo asumía se me iba a permitir entender todo— me he dado cuenta de que no necesariamente los mensajes llegan igual al cerebro de distintas personas.

Mi primer encuentro con “no entender una instrucción” fue cuando tenía como cinco o seis años y saliendo de la regadera con el pelo mojado empecé a luchar con los nudos que solían visitarme con frecuencia. Ahí estaba yo sentadita en el borde de la cama con mi cepillo tratando de que pasara más allá de mi coronilla cuando entró mi mamá y me dijo, ‘así no se hace: es de abajo para arriba’.

A ver… ¿Qué se imaginan que hice? Pues lo que yo entendí. Empecé a llevar el cepillo desde las puntas hacia arriba como cuando a uno le ´tisean´ el pelo. Aquello fue el desastre de los desastres. Por supuesto, que yo quedé desconcertada tratando de descifrar esa instrucción tan rara que para mi no tenía ningún sentido. Obediente como solía ser, repetí el movimiento varias veces hasta que mi mamá se acercó a explicarme que de abajo para arriba significa que uno mueve el cepillo o la peinilla de arriba para abajo, de abajo para arriba. ¿Entendieron? Es decir, empezando por las puntas se van desenredando pequeñas porciones mientras uno sube hasta llegar a la coronilla, momento en el que ya el instrumento debe poder deslizarse perfectamente de un extremo a otro sin nudos.

Ese momento quedó grabado en mi mente para siempre, primero porque supe que no todos entendemos la lengua igual, segundo porque me sentí un poco tonta al no haber comprendido la instrucción y tercero porque de allí en adelante pude desenredarme el pelo. Eventualmente, el sentimiento de incompetencia de la segunda lección se me quitó al descubrir que con la misma frase decenas de niñas hacían lo mismo que yo. Resuelto el asunto.

Me queda entonces la curiosidad de saber un poco más sobre la confusión de conceptos. Por ejemplo, en mi universo la tarde es “del mediodía para arriba”. No sé por qué. Sencillamente así lo veo. Es como si el día fuera evolucionando “de abajo para arriba”; siendo la mañana lo más bajo y la tarde/noche la cúspide, el final.

Sin embargo, para mi marido es todo lo contrario. Para el la tarde es “del mediodía para abajo” y aunque conozco a la perfección como maneja el concepto luego de treinta y nueve años de convivencia todavía me confunde. Si hay o no una forma correcta de expresarlo, no lo sé. Nunca me ha dado por investigarlo pues para mí el concepto está tan inserto en mi naturaleza que pienso que, aunque me digan que es al revés no me queda vida suficiente para aprenderlo y aplicarlo cuando hablo.

Gracias a Dios en todas la playas las mareas suben y bajan de forma inconfundible y los ríos, siempre y cuando tengan algo de corriente, nos indican dónde está el río arriba y el río abajo. Son los tranquilitos los que confunden, pero para eso es uno preguntón.