No cabe duda de que es muy saludable vivir en el presente y, por supuesto, pensar en el futuro. Así uno se organiza para que el segundo sea ese lugar donde se quiere llegar en la vida. Sin embargo, yo tengo un leve problema de organización de memorias y he concluido que se debe al hecho de que antes, antes, antes… yo tenía buena memoria, valga la redundancia, por consiguiente, todo lo que ocurrió en mi infancia y juventud llega volando a mi mente y lo que pasó ayer, pues se queda como dando vueltas en algún lugar desconocido con las puertas trancadas.
Y, como ya me conocen, saben perfectamente que hay un millón de cosas de lo más raras que actúan como detonantes de esos viajes al pasado. El otro día nada más, alguien me pidió un acondicionador para el cabello y me costó tanto entender qué quería, pues en mi universo lingüístico solo existe el rinse, pronunciado rins, ya saben el espanglish. No me pregunten por qué, pero automáticamente viajé a esos sábados después de los quinceaños (las fiestas) en que teníamos que pasar toda la mañana tratando de desenredar el nido de avispas que nos habían dejado las peluqueras en la cabeza pues había que ir “de bucles” a estas celebraciones.
Para logar algún tipo de avance echábamos mano del rinse Ta-me (que en el universo donde fue inventado, llámese Estados Unidos, se pronuncia teim, pero acá jamás conocimos dicho nombre. Y ya que estaba yo en las pronunciaciones “de acá ‘onde uno”, tuve por fuerza que recordar los bolígrafos Paper-Mate. A ver, repitan en su cabeza el nombre Pa-per- Ma-te. No tiene nada de raro, solo que cuando llegué a la escuela en Estados Unidos mis compañeras mexicanas llevaban años sabiendo que el nombre correcto del artefacto era Peiper Meit. Sorpresota para mí. ¿Peiper Meit? ¿Quién ha visto? “Mi bolígrafo falla raya” como rezaba el comercial que pasaban en La Hora de Orange Crush (o de Raúl Astor) llevaba un nombre artístico completamente diferente del que yo conocía.
Lo raro es que siempre supimos pronunciar Sears, es decir, Siers como se pronuncia en su idioma original. Palmolive, con acento en la i, por otro lado, sigue corriendo con su pronunciación fonética y nunca ha escuchado usted en Panamá a nadie decir Palmóliv, sin e al final y con el acento en la o.
Y, por supuesto, que nos hemos pasado la vida desayunando ‘conflei’ y jamás hemos comido corn fleiks. ¡Qué cosa, no! Y eso que en Panamá somos bastante gringófilos y muchas palabras las aprendimos bien desde el principio. Ya saben que hay países en que la cosa es mucho más divertida que aquí. En las clases de geografía en España jamás han conocido un aisberg porque allá aprenden de i-ce-ver. ¡Qué más da! Al final uno termina entendiéndose con todo el mundo, en el idioma que sea.
Y me atrevo a afirmar eso de que al final todos nos entendemos porque viéndome lejísimo de mis tierras hispanoparlantes, digamos Vietnam o Francia o Estambul, confirmo que he comido, bebido y llegado a mi hotel. Ahora, por andar caminando en el pasado estoy tratando de confirmar cuántos de los envases de ‘Teim’ conocí por estas tierras. ¡Es que son muchos!