Bien, llegó la época de corredera, que supuestamente este año pintaba ser tranquila y relajada. Empezando por el hecho de que no habría grandes fiestas para Día de la Madre, Navidad y Año Nuevo las cuales siempre suelen ponerlo a uno patas arriba, pues no solo quienes las organizan ven su calendario severamente afectado con mil detalles, sino que los invitados deben hacer malabares para lograr quedar bien con todo el mundo que los invita a una cosa u otra el mismo día.
Ajá, todo es el mismo día. Para el Día de la Madre quienes más deben peregrinar suelen ser las parejas de “nietos” adultos. Tienen dos mamás (mamá y suegra) y varias abuelas que visitar. Cierto que muchas veces las abuelas no tienen “eventos”, pero si están vivas, aunque sea un abrazo hay que pasar a darles.
Para Navidad la cosa es peor aún pues además de las reuniones meramente familiares, es decir aquellas en que se juntan todos los hijos y nietos de un mismo tronco, están las invitaciones de los compadres, de los consuegros, de los amigos íntimos y de aquellos con los que uno no tiene intimidad alguna, las de algún o algunos compañeros de trabajo; no faltan las de las asociaciones y gremios a los que pertenecen marido y/o mujer, el happy hour de la ofi, el amigo secreto de aquí y también el de allá. En fin, si termino con la lista se me gastan las palabras que me concede la revista Ellas para completar esta columna.
Bien. Se supone que este año hemos eliminado el 99% de esta lista. ¿Hemos? o, ¿Estamos organizando más “eventitos” con menos personas? O sea, en vez de tener 5-10 eventos multitudinarios tendremos 20 pequeños. O… ¿hemos optado por convertirlos todos en eventos virtuales, pero con la comida y la bebida de los presenciales lo cual implica una logística similar a la que se necesita para lanzar un cohete a la luna? Yo pregunto.
Veo, pues, que en un segundo hemos pasado de cero a mil en estrés, gasto, agenda explotada y todo lo demás que usualmente sufrimos para cerrar un año. ¿Es necesario? O quizás sea mejor quedarnos tranquilitos en casa compartiendo con nuestra “burbujita” y guardar las energías para las fiestas de los años venideros. No lo sé.
Entiendo que el aislamiento es detestable. Que los seres humanos estamos diseñados como criaturas sociales y compartir con otros seres humanos es importante. Sin embargo, me pregunto si en este momento es absolutamente vital, indispensable o necesario añadir más complicación a la que ya vivimos a diario sencillamente para poner arroz con porotos en la mesa.
El covid-19 ha resultado ser un evento que ha puesto a prueba la resiliencia de todos los seres que habitan el planeta Tierra, es como una reválida y para aprobarla debemos recordar todo lo que hemos aprendido en los años de escuela. Es como participar en las Olimpiadas, y debemos usar cada una de nuestras neuronas y cada uno de los músculos del cuerpo para llegar a la meta. Tenemos que demostrar que somos más inteligentes que el virus, que ni siquiera es un organismo vivo, sino uno que requiere de otro para multiplicarse.
Esta no es la primera pandemia ni será la última que viva la humanidad. Otros, antes que nosotros, han superado plagas igual de espantosas por lo que me gustaría pensar que nosotros no seremos los que, por necios, resultemos derrotados. Sería una lástima con tanto conocimiento a nuestra disposición.