Hace doce años cuando hice el Camino de Santiago por primera vez me llevé en el corazón ciertos destinos y, por supuesto, personas con quienes compartí. Porque eso tiene el Camino; uno va conociendo ciudades, pueblos, localidades, pero más importante que todas las iglesias, monumentos y sitios de interés está la gente. Esos peregrinos, hospitaleros, dueños y dependientes en bares (que ya saben que acá son como especie de cafeterías) que le regalan a uno su cariño en cada recodo del Camino.

Muchas veces no llegamos a conocer sus nombres, pero el momento compartido pervive.

Yo no sé por qué extraña razón o motivo en 2010 yo habré hecho la etapa que mi esposo y yo compartimos hoy de 27 kilómetros. No es que sea dura en términos de la geografía de la etapa, pero 27 kilómetros son 27 kilómetros y, si llevas 15 libras en la espalda, se sienten más largos.

El caso es que en aquella ocasión, como no había Covid, el Camino era mucho más espontáneo y uno se detenía donde tuviera hambre, frío, pies adoloridos, o todas la anteriores.

Bien… como me encantó el ambiente del Albergue Pequeño Potala, súper sencillo, con su caja de zapatos llena de canicas para masajear los pies y sus hospitaleros “regañones” que me convencieron de no mandar mi mochila a la cima de O’Cebreiro (lo cual fue crucial en terminar mis 34 días como peregrina “sufriente” con la mochila en la espalda), decidí que Toño debía vivir la experiencia.

Lo maravilloso de esta etapa es que, aunque larga, uno camina casi todo el rato a orillas del río Valcarce y esa compañía basta para hacer que el sacrificio valga la pena. Y, como ya dije, arribar al Pequeño Potala y saludar a Luis y Carlos, quienes siguen al mando y espero que en esta ocasión si se dejen fotografiar (asunto no permitido en 2010), fue un sueño cumplido.

El río Valcarce nace en las cercanías de O’Cebreiro y discurre por varias localidades que cruzamos hoy como Villa Franca del Bierzo, Trabadelo y Vega de Valcarce hasta recibirnos en Ruitelán donde pasaremos la noche. Al revés, pero quién lleva la cuenta de eso.

Y fue así como la melodía del agua corriente reventando sobre las piedras abrazadas por una hermosa y fresca vegetación nos hicieron olvidar que íbamos a la orilla de la carretera. Así es la vida, una cosa compone la otra.

Me ilusiona la cena comunitaria con semi-mascarilla en el albergue, me ilusiona volver a dejar un mensaje cariñoso en su libro de visitantes y sobre todo me ilusiona pensar que entre toda la modernidad que ahora acapara el Camino, hay quienes mantienen vivo el espíritu peregrino dándole importancia a lo que verdaderamente lo tiene, que es la convivencia peregrina.

Mañana seguro sufriremos un poco la escalada a O’Cebreiro, pero es una localidad tan icónica en el Camino que una vez arriba se nos olvidarán los dolores de pies. Fábrega se tendrá que armar de paciencia porque yo soy mala en la lomas y la de O’Cebreiro es respetable, pero así ha sido desde que salimos de León: él avanza y me espera en la curumba porque yo me detengo cuarenta veces a coger aire.

Por lo pronto, soñaré con los cantos gregorianos con que nos despertarán mañana.