Es viernes 2 de agosto 2024 y amanezco en San José, Costa Rica. Creo que me duele todo, y si no todo, por lo menos los pies, las piernas, los muslos, las caderas y otras partes del cuerpo, principalmente aquellas que se localizan de la cintura para abajo.

Llegué ayer temprano para una visita relámpago a unos amigos y de ñapa a completar la Romería a la Basílica de Nuestra Señora de Los Ángeles, patrona de este vecino país, desde San José hasta Cartago.

Razones, ¿quién sabe? Casi nunca se tiene claro qué lo impulsa a uno a estas aventuras, el caso es que a uno se le ocurre y va. Así nada más. En esta ocasión, la idea no fue mía, sino de la hija de mis amigos quien durante otra visita me tentó con un “doña Julieta, si yo voy a la Romería el otro año ¿usted iría conmigo?” ¡Ufff! Muerto quieres misa. ¡Claro!

Hablamos del plan por un año, pero se armó hace una semana. Yo había visitado la basílica en viajes anteriores, pero sobra decir que caminar los 20 kilómetros no es para nada similar a solo entrar a la iglesia de visita, cosa que no hicimos anoche pues concluimos que la fila tardaría más de las cinco horas que nos había tomado caminar el tramo escogido.

Esta romería es poco menos que una fiesta y me quito el sombrero ante la organización que se desplegó. Seguridad, mucha, gente ni se diga, en los medios de comunicación se habla de que puede haber como dos millones de romeros al año. Voluntarios, cantantes, predicadores, comida regalada y comida vendida, puestos de bebidas isotónicas, servicios sanitarios, en algunos casos pagados y en otros gratis, vendedores de rosarios e imágenes de la virgen, en fin, una patronal en regla que se extendía por 20 kilómetros. Bebidas alcohólicas, ninguna y basura cero, cero, cero. Impresionante.

Nosotros escogimos empezar alrededor de las cinco de la tarde y calculamos que llegaríamos a Cartago como a las 10. Una vez allí, pasar por la basílica lo cual, no hicimos, y solo alcanzamos a verla bien adornada, devolvernos en tren a San José y llegar a dormir a la casa. Ya saben, uno planea y luego rompe el plan. La “Morenita” nos regaló una noche esplendorosa.

El trayecto muy bien, llegamos bastante cerca de la hora prevista, dimos un par de vueltas, no muchas porque ya nos empezaban a doler las partes del cuerpo antes mencionadas y empezamos a caminar hacia la estación del tren, que según Mr. Google nos tomaría como 15 minutos. Íbamos arrastrando las cutarras cuando escuchamos a unos conductores voceando “colectivos a San José”, en otras palabras, buses. El pasaje poco menos de cinco dólares por persona así es que rapidito nos subimos. Entre una cosa y otra fuimos llegando a la casa pasada la media noche con las energías justas para darnos un baño y caer desfallecidas en la cama.

Todavía me duele todo, pero tengo el corazón en modo celebración.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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