Estaba yo pidiendo una dirección para entregar un paquete y la persona muy formalita me manda una que lee: calle 23A, No. 50. Me pareció bien porque yo sabía el barrio, sin embargo, cuando la fui a buscar en el Waze resulta que la cosa no estaba tan clara como yo pensaba.

Entonces me dirijo a la susodicha y le pido que me proporcione la dirección “en panameño”. Ya saben, entrando por la fábrica de medias, la tercera calle a la derecha, después del quiosco Mariluz la quinta casa a la derecha, hay un Nissan verde en el garaje. Me la manda, clarita como el agua de la tinaja. Se podrán imaginar que ante este evento no pude quedarme callada pues me vinieron a la mente tantas direcciones que he dado y recibido y cada una con su vuelta de tuerca.

Se me vino a la mente una específicamente que me dieron hace muchos años cuando vivía en Costa Rica y que me ocasionó un enorme gasto de combustible y de paciencia en aquellos lejanos días de la década de los ochenta en que no había ni teléfonos inteligentes (en realidad ni brutos había, solo cabinas de teléfonos públicos desperdigadas por las ciudades), ni GPS, ni otra cosa que bajarse a pedir direcciones. El caso es que, en Costa Rica, a pesar de la petición de direcciones el asunto se mantenía muy difuso.

La dirección que me dieron inicialmente fue: del higuerón de San Pedro, cincuenta varas al sur. Aquí se me antoja poner el emoticono ese de los ojos pelados pues yo ni sabía dónde quedaba el dichoso higuerón ni mucho menos hacia dónde estaba el sur. Es más, mi primer impulso fue pensar que el “higuerón” era un sitio, una pulpería como le dicen allá a las abarroterías, o un sitio cualquiera con ese nombre.

Pues el higuerón es un árbol, obviamente muy conocido en las tierras ticas. El truco aquí era que ya ese específico higuerón no existía en su lugar original. Pero, como aparentemente, había sido muy famoso en sus años mozos, los residentes de la ciudad lo seguían usando como punto de referencia. Luego de las angustias y demás finalmente logré llegar al mi destino pocos minutos antes de que cerraran y se imaginan que llegué a casa con el cuento y lo primero que hice fue compartirlo con una buena amiga tica.

A ella le dio un ataque de risa y me aclaró lo de que era un árbol y lo de que ya no existía. Yo no sabía si quedarme con el malhumor que me había ocasionado la gran dosis de frustración o reírme de la ironía. Lo primero que se me ocurrió fue preguntarle ¿por qué no empiezan por decir de donde quedaba el higuerón de San Pedro? Pues así uno por lo menos se entera que tiene que averiguar sobre el punto de referencia.

Nosotros, en Panamá, somos bastante parecidos tanto así que a veces ni siquiera nos sabemos la dirección real de los destinos, así como me la dieron inicialmente con número de calle y casa. Y aunque nos la supiéramos en la mayoría de los casos procedemos a explicar con lujo de detalles todo lo que hay en el camino. ¿Qué les puedo decir? Quien no sepa donde quedaba el IJA del Casino, está en graves problemas.