Hace un par de semanas los dejé entre un sueño y una realidad. Les hablé de mi nostalgia por el programa de servicio social que tuve la fabulosa oportunidad de organizar hace casi 20 años para el colegio de uno de mis hijos. Con un equipo de lujo, por supuesto. Este tipo de proyecto, aunque uno lo despida, queda ocupando un lugar especial en la vida de uno, no solo porque requieren de un trabajo monumental, sino porque las recompensas emocionales son del mismo tamaño.
Pues bien, acepté la invitación de recorrer localidades en Coclé. Algunas me eran familiares de tiempos recientes y otras de añales, y cuando digo añales, me refiero a 40 años, tiempo en que estando en la universidad recorrí muchos de los que en esos días eran caseríos y pequeñas escuelas a las que se llegaba a pie o a caballo, pues no había carro, ni con doble, ni con triple tracción que lograra acceder a ellos.
Les cuento que sorpresas tuve muchas. Si bien algunos destinos se mantenían sin cambio alguno, como la escuelita solitaria, con dos o cuando mucho tres aulas para seis grados, una cocina muy rústica y con escaso suministro de agua, hubo otras que, ¡Dios mío!, se han convertido prácticamente en ciudades. Por lo que pude averiguar, muchas que antes eran apenas construcciones de quincha muy humildes para enseñar máximo primaria, albergan ahora primaria, primer ciclo y algunas más allá.
Las facilidades extraordinarias y la población estudiantil sobrepasa, en algunos casos, los 600 estudiantes. Esto me causó gran alegría.
Encontramos comunidades súper comprometidas con el bienestar de sus residentes, bien organizadas y ávidas de proyectos autosostenibles que contribuyan a mejorar la calidad de vida de todos. Sostenidos, claro, en el trabajo y no en la caridad. Otras, no tanto. ¿Qué hace la diferencia? Aún no he podido encontrar las razones pues muchas son casi vecinas, pero así es la cosa.
En la gira hubo un poquito de sol, un poquito de lodo, algunos reencuentros con viejos conocidos y contactos con nuevos personajes. Muuuchos cuentos, algunos de los tiempos de antes y otros de ahorita. Fue una expedición variopinta y la disfruté tanto como una visita a París de Francia.
¿Qué sale de esta primera exploración? Pues otra y luego otra y luego otra. A eso le dedican cientos de horas quienes tienen a cargo el servicio social en estos días. Se analizan cuidadosamente los informes de cada visita y cada localidad; se pregunta, se vuelve a preguntar, se observa el comportamiento de los maestros y de la comunidad; se verifica que el agua esté accesible -teléfono y otras comodidades no son tan importantes-; se confeccionan mapas, se dividen los alumnos de acuerdo con sus habilidades, se escogen los chaperones y los líderes estudiantiles… y eso es lo que recuerdo así, a vuelo de pájaro, porque son muchos detalles más.
Me dio tanto gusto reconocer en las organizadoras un equipo maravilloso, súper maravilloso, extraordinario. Tienen suerte estos pelaos, pues van encaminados con buen norte. Me dio gusto que me invitaran. ¡Gracias!