Estoy por empezar este artículo, no sin antes pasar a revisar el archivo de publicaciones anteriores por aquello de que es muy posible que les repita el cuento. Ya saben que esa es una tendencia que va cobrando vida a medida que se cumplen años, y yo ya lleva una cantidad importante de cumpleaños celebrados.

Confirmo que, si bien es cierto, he mencionado aquellos murciélagos de la infancia fue muy de refilón y este cuento no se sentirá repetido. Me refiero a los que vivían en la finca del tío abuelo sobre la carretera interamericana, cerca de El Roble. Pero ese cuento se los compartiré otro día.

Resulta que luego de veintiocho años de tener nuestra finca en Paso Real, provincia de Coclé… destino que está “más allá de allá” y al cual, aún y a pesar de múltiples solicitudes de las comunidades del área ni siquiera llegado la luz eléctrica, decidimos construir una casa pues ese fue el sitio que nos gustó y ahí nos asentamos. Muy rústicamente, eso sí, pero igual le tenemos cariño al lugar.

Funcionamos por más de veinticinco años con una casita de quincha y un rancho muy grande que hacía las veces de sala, comedor, cocina, depósito y muchos etcéteras, pero se llegó el momento de reemplazar el asentamiento original y pronto, si Dios quiere, tendremos casa en regla.

Como todavía todo está muy abierto -aunque en verdad así se quedará para siempre pues está pensada para ser una casa de campo sin las modernidades de los “aires con condición”- han empezado a colarse ciertos precaristas. El primero que llegó fue un murciélago que se instaló en la curumba de la sala familiar. El techo es súper alto así es que en realidad sabemos de su existencia por los regalos que tiene a bien dejarnos cada noche y que no son tan bienvenidos nada.

Luego llegaron los sapos, que un poquito más respetuosos, entran por la “cocina de leña”. Al principio se quedaban por esos lados, pero ya han agarrado confianza y se han empezado a pasear por la terraza.

Y, por último, aunque seguro vendrán otros, tenemos el pajarito que ha hecho nido en una da las vigas del techo que cubre la escalera de entrada. Como ven, la fauna local se ha instalado cómodamente en la casa que no hemos estrenado. Seguro muchos pensarán que ellos llegaron primero y están en lo correcto, y me hace muy feliz tenerlos de vecinos, de lo que no estoy muy segura es de que quiero que convivan con la familia dentro de la casa, especialmente el señor murciélago porque ha resultado ser muy generoso con los regalos y está viviendo en el área que tenía destinada para los juegos nocturnos con mis nietos.

Estamos pensando en soluciones ecológicas para pedirles muy respetuosamente a todos que “desalojen el área”, pero no sabemos aún cuanto éxito tendremos. Estamos abiertos a sugerencias. Por lo pronto, lo único que podemos hacer es mantener el piso cubierto con lonas y otros trapos hasta tanto el señor murciélago y su familia se muden a otra residencia en el vecindario. Ya les contaré.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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