En España los bares son un destino popularísimo y, aunque se da por entendido que sirven bebidas, gran parte de su popularidad viene del hecho que son un lugar agradable para comer.
Hace poco conversaba con la dueña de un bar en Galicia y me comentó que alguna vez, cuando se iniciaba en el negocio, un veterano le había dicho “ojo que la ruina de un restaurante generalmente está en los “porsiacasos”. Ya saben, voy a comprar más tomates por si acaso, o más carne o más lechuga y al final de la semana gran parte de los “porsiacasos” van a parar a la basura.
Me encantó el concepto porque se aplica en todas las disciplinas de esta vida. Me basta recordar la empacada de las mochilas para el Camino de Santiago que muchas veces suelen estar a reventar de “porsiacasos” que con el correr del tiempo se van engordando. O por lo menos eso es lo que le parece a las espaldas que los van cargando.
Y seguro les habrá pasado que van a sacar dinero al banco para un paseíto y sacamos de más por si acaso. Ya saben… dinero en la cartera es dinero gastado. Y lo peor es que cuando nos damos cuenta de que solo nos queda un billetito no podemos recordar dónde se mudó el resto de sus compañeros.
Es un complique esto de los “porsiacasos” que a mi juicio parecen haber adquirido vida propia y colarse sin que uno se de cuenta. Yo reconozco que soy bastante “porsiacasista”. Creo que me viene de los tiempos en que todos mis hijos estaban pequeños y nunca sabía uno qué accidente podía ocurrir.
Salía yo siempre como las Muchachas Guías, “siempre lista”. Eso quería decir medicinas para varios males, pañales desechables en cantidad suficiente, muda de ropa adicional para cada uno de los cinco, ganchitos de pelo para las niñas, un juguetito o varios para las horas en el carro, cuentos en la cabeza, almohada… y quién sabe que más. Como ha pasado el tiempo se me ha ido olvidando la lista.
Ahora los “porsiacasos” casi siempre están relacionados con la comida y cada vez que mi marido empaca el carro me pregunta ¿nos vamos por un mes?
Sin embargo, cuando viajo al extranjero voy frugal, frugal. Y cuando estoy empacando, aunque solo haya metido en la maleta un pantalón y dos camisas, no dejo de preguntarme si estoy llevando demasiado. ¡Cómo es uno de raro!
Lo peligroso es cuando, por miedo a los cambios nos quedamos con los “porsiacasos” completamente inútiles. Que si el novio regular por miedo a que no llegue otro mejor, que si el trabajo que no me gusta y un millón más de instancias en que nos quedamos estancados en la mediocridad por si acaso.
Y así como en los restaurantes al final de la semana botan los productos del por si acaso, en la vida muchas veces terminamos infelices gracias a tanto “porsiacaso”.
Conviene tenerlo de amigo, pero nunca debemos permitir que sea quien domine nuestra vida. Anótelo… por si acaso.