En el año 2015 Fundacáncer hizo una campaña hermosa para recaudar fondos en la que pidió a varias sobrevivientes que compartieran una frase. Estas las imprimieron en pequeños posters y los vendieron. Fue un éxito.

Me solicitaron una frase y yo en lo primero que pensé fue en aquella que consigné en un artículo llamado “Un retiro a la medida” en el que contaba la experiencia de un paseo de nueve amigas a mi finca. Fue una experiencia rústica pues no había (y sigue sin haber) luz eléctrica ni otra serie de comodidades, pero pasamos genial y al final concluí que todo se debía a que “las amigas son como las pijamitas viejas que abrigan, pero no aprietan”.

Estoy segura de que todos ustedes han tenido una pijamita vieja de la cual no logran separarse. Si se rasga la remiendan, se hacen de la vista gorda ante la pérdida de color y nada ni nadie les convence de que ha llegado la hora del entierro de la misma. Con una pijamita vieja solo compiten las sábanas que hayan acumulado igual o más número de años que la prenda en cuestión, pero ese es otro asunto.

La primera pijamita vieja que recuerdo en mi vida llegó cuando me fui a estudiar a California para empezar el sexto año de secundaria. Era un babydoll amarillo de algodón, con una tira que se amarraba en el cuello y una franja gruesa en el borde con letras naranja que todo alrededor decía repetidamente la palabra LOVE. ¡Uff! No saben lo que fue aquello. Me gradué de secundaria y yo la sentía nueva, a fin de cuentas, solo había transcurrido un año desde su llegada. Un año calendario, pero se imaginarán que era de usar, lavar y usar, así es que millas tenía muchas acumuladas.

Me voy a la universidad en Indiana y, aunque sabía que haría un frío de perros, ella me acompañó porque en algún momento tendría que llegar el verano pensaba yo. Regreso a casa y el pijama ahí. Pasan uno, dos, tres años. Me caso y entran a mi closet unos camisones finísimos de encaje con los que era imposible dormir de la picazón que me daban así es que siempre regresaba la susodicha. Y durante el embarazo de mi primera hija fue genial pues no apretaba por ningún lado. Se rasgó, la remendé, pero le llegó el día. La lloré, pero finalmente la boté. Luego de este trauma evité por todos los medios adoptar nuevamente una prenda de vestir que me hiciera llorar.

Pero como no hubo lengua que habló que Dios no castigó ahora enfrento el mismo problema que hace cuarenta y pico de años con otra que lleva como tres o cuatro años de vivir conmigo y ya la veo que empieza a cojear por aquí y por allá. Hago un esfuerzo por dejarla descansar, pero me va mal con eso pues apenas la veo en el cajón… caigo en la tentación. Y es que es una delicia. Pantalón y camisa de botones de algodón Pima, suavecita acostumbrada a cada curva y cada hueso. Hay días en me dan ganas de cantarle a ver si la convenzo de que me acompañe un par de años más. Ya veremos.