Cuando nacen los tabloides en Panamá, hace miles de años, hacían verdadero honor a su nombre. Las primeras planas eran algo terrible con cadáveres ensangrentados, mujeres que si no eran de mala vida lo parecían y por supuesto, titulares en letras enormes y llenos de signos de admiración que llamaban al lector a seguir mirando las páginas internas.

Tenían su público y entre quienes no se saltaban un día estaba mi papá. Muchas veces le pregunté que por qué insistía en leer tanta basura. Sea como sea, había que invertirle tiempo a la tarea y me parecía completamente incongruente con el resto de los diarios que repasaba cada día, incluyendo los de Estados Unidos que en aquella época llegaban a Panamá como el Miami Herald. No que fueran mejores que los nuestros pero sí traían otro ángulo para las cosas.

Su eterna respuesta fue “porque hay que saber lo que piensa todo el mundo, no solo quienes son más cercanos a nosotros”. Tenía lógica su respuesta, más acepto que jamás me tentó dicha lectura. Cada quien con sus gustos. Es más, tengo que confesar que por años detestaba leer periódicos pues por su tamaño tan raro, que requería y requiere, destrezas especiales para desplegarlos y la tinta tan antipática que le dejaba a uno los dedos negros, los mantenía a buena distancia.

Pensando en aquello de que uno debe saber lo que piensa todo el mundo creo que debe ser la razón principal por la que uno habla con los taxistas. Si no en Panamá donde son francamente antipáticos, pero en otros países donde lo recogen a uno sin preguntarle a dónde va, es fijo que se entabla una conversación con ellos. Así nos enteramos del verdadero estado de la economía de la ciudad, a dónde mandan a sus hijos al colegio y cuáles son sus principales gustos y disgustos.

Sin embargo, el otro día pedí un Uber para mi solita y tan pronto me puse el cinturón saqué mi celular y empecé a ponerle ganchito a algunas tareas que tenía pendientes. Claro si uno no está manejando y se le ofrece un tiempito libre es bueno para trabajar. A medio camino caí en cuenta que estaba pasando por alto la oportunidad de enterarme de una cosa o dos. Guardé el teléfono y entablé conversación con el conductor. No fue una discusión existencial ni nada por el estilo pero sí un mirar a cómo están las cosas en la ciudad.

Es muy común leer que los celulares nos están aislando del mundo a nuestro alrededor pues ya no conversamos -con palabra viva- solo chateamos, y lo hacemos justo cuando tenemos la oportunidad frente a nosotros de hablar con alguien.

Me pongo a pensar que cuando uno despide a un ser querido durante el duelo se consigue algo de consuelo al recordar el sonido de su voz, el aroma de su ropa, sus manías. ¿Cómo vamos a recordar el sonido de la voz de alguien si nos pasamos días, semanas y a veces meses sin escucharlo? Es muy triste que lo que debía ser una herramienta para facilitarnos la vida se haya convertido en el arma con que se limita esa misma vida que antes disfrutábamos tanto. Ojalá cambiemos de rumbo a tiempo.