En algunos sitios un moño es un lazo para el cabello, en otros el penacho de plumas que lucen algunas aves y coloquialmente hablando los significados son muchísimos. En este caso estoy hablando de lo que obtenemos al recogernos el pelo. Moño en mi universo es sinónimo de cola de caballo o cualquier variación de esta, llámese que uno la envuelva para obtener una torta, la enrosque para un french o cualquier otro derivado de amarrar el cabello. Ya saben que en moda infantil los moñitos son populares y ahora también para la “gente grande”.
Pienso que la pandemia ha tenido mucho que ver con el regreso de estos estilos de peinado pues gracias a los largos encierros se perdió la posibilidad de encontrarse con un peluquero. Tenía yo mucho tiempo que no veía tanta gente con el pelo largo. Y cuando digo largo me refiero a larguísimo. Las chicas jóvenes, sobre todo, lo llevan casi a la cintura, algo que no veía desde los años setenta.
Esto ha derivado en el regreso de aquellos peinados que ayudan a que estas largas cabelleras luzcan geniales. Las trenzas, por ejemplo, son un furor. No apretadas como nos las solían hacer para ir al colegio con la esperanza de que hasta la última hebra de pelo se mantuviera en su sitio durante toda la jornada, sino “aguaditas”, flojas, con chorritos que salen por aquí y por allá. Revival modificado, digo yo. Con las “tortas” ha ocurrido algo similar. Por años se las hice a mis hijas para el ballet y eso era una apretazón que no me explico como no pasaban todo el día con dolor de cabeza y ahora, al igual que las trenzas, son flojitas y desordenadas. Se ven lindas.
Las colas ni se diga. Las “altas” sencillas con apenas un mechón de cabello tapando la liga se ven tanto en el parque como en eventos elegantísimos. Y es que, a fin de cuentas, los moños le resuelven a uno la vida. En un pimpán queda uno acicalado y listo para batallar hasta la peor ola de calor y humedad que decida pasar por nuestro rumbo.
Esta vagancia —ya saben que para asuntos de arreglos de cabeza soy ultra vaga— me tiene pensando, y perdonen si vuelvo al tema que ya he tocado en los principios de la pandemia, qué hacer con la cabellera ahora que he vuelto a descubrir que una liga es todo lo que me hace falta para ser feliz y volver a jubilar el cepillo que temporalmente había salido de su escondite. Y digo jubilar pues como han visto que los moños ahora son desordenados no lo necesito para nada. Una pasadita de la mano y vámonos.
Lo que ocurre es que, ciertamente, algún día tendré que convocar al peluquero, aunque sea para que me corte las puntas y puede que justo en ese momento sucumba a la tentación de pedirle que me devuelva al picoteado cortito de siempre. Ya veré, lo importante en mi vida es mantener el pelo con un estilo que me permita no tener que peinarme. O por lo menos, no mucho.