Faltan 122 días para el 5 de mayo. Algunos pensarán que es mucho tiempo, pero dado que a los días se les ha ocurrido transcurrir a una velocidad nunca vista es preciso concluir que las elecciones en Panamá están a la vuelta de la esquina.

Hace muchísimos años, más de veinte, que son los que tiene mi papá de haberse despedido de este mundo, precediendo alguna elección se me ocurrió comentar que la oferta era tan pobre que podría considerar votar en blanco o, sencillamente, no votar.

Aquel solo comentario me valió un discurso larguísimo de parte de mi padre haciéndome ver la tragedia que podría sobrevenirse si yo escogía el camino mencionado, siendo la más obvia que ante la falta de votos en contrario, el peor candidato seguro ganaría. Si no hay más nada sobre política que yo haya aprendido a través de los años, aquella lección me quedó grabada en lo más profundo de mi psique. “Si no votas, o votas por uno que no tenga probabilidades de ganar, le das el voto al “más malo”.

Transcurren los años y con cada elección que enfrento revive en mi el sentimiento de frustración que surge de no encontrar candidatos que me lleven a pensar que realmente quieren lo mejor para Panamá y no para sí mismos o su partido o sus secuaces. El tiempo ha demostrado que no han surgido muchos en los años que llevamos, en la práctica de la democracia, transcurridos desde la invasión. Triste, pero así es.

Para rematar, los partidos políticos, que no se han caracterizado por aportar absolutamente nada bueno a nuestro país, se han encargado, de mano, hombros y pies con la Asamblea Nacional de ajustar las leyes para lograr establecer toda clase de vericuetos que garanticen que en muchísimos casos no gane el candidato más votado sino el partido que logre acumular residuos y otras herramientas que a todas luces desvirtúan las preferencias de los votantes.

Entran en juego los votos en plancha que solo se pueden consignar en papeletas partidarias más no para candidatos independientes –ojalá eso se pudiera cambiar, pero no lo veo– lo que dificulta muchísimo que los candidatos más votados sean quienes lleguen a ostentar un puesto.

Observando el panorama como ciudadana común y corriente en busca de un cambio –porque la porquería que tenemos no se puede perpetuar en el poder– regreso al discurso de mi padre y entiendo que ahora es supremamente importante sentarse con papel y lápiz a estudiar las opciones que se presentan en el circuito electoral que corresponde a cada uno y votar luego de haber hecho un análisis matemático de cuál será el efecto de nuestro voto.

Muchos pensarán que un voto no hace la diferencia, pero es allí donde nos equivocamos. Uno a uno se llega al resultado deseado, que, en mi caso, es decir ¡BASTA YA! Hasta cuando la robadera, las botellas, la ineptitud, la desidia y el resto de los adjetivos que todos ustedes conocen.

Piensen su voto, analicen su voto, cuiden su voto. Y, aunque nuevamente haya que votar por “el menos malo”, voten con la cabeza para que podamos de una vez por todas eliminar la podredumbre que reina en la política panameña.

Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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