Yo crecí en los tiempos en que nada se desperdiciaba. Siempre había niños con hambre en algún remoto lugar del planeta tierra y cuando conocimos a los de Biafra, fue el acabose. Nuestros padres habían tenido uso de razón durante la segunda guerra mundial y, aunque no hubieran vivido las carencias en carne propia, les quedó muy claro en la mente que todo se aprovecha porque no sabemos cuándo puede faltar.

Así pues, había que comerse hasta el último frijol que teníamos en el plato y beber la leche hasta la última gota, aunque se hubiera calentado por la espera debido a la ilusión de que no nos obligaran a terminarla. Me cuesta pues ver como llegó la era del desperdicio y ahora todo se bota. Se botan los carros nuevos porque ya están “viejos”, se bota la comida luego de uno o dos bocados que hicieron poca mella a un plato que se consiguió con una pataleta interminable que convencía a cualquiera de que si al niño no se le compraba una pizza iba a morir en el instante.

Se compra ropa hoy para que mañana esté pasada de moda, igual que ocurre con las zapatillas para deportes, el color de pelo o la forma de la nariz. El ser humano se ha vuelto antojadizo y no es que desea pacientemente llegar a obtener tal o cual cosa. Todo se NECESITA YA.

Este año en casa hemos tenido la suerte de ser favorecidos no con una sino con dos abundantes cosechas de aguacates. Una en la finca y otra en el patio de la casa donde vivíamos de niños. Cada semana llega mi marido con bolsas y bolsas de aguacates. Yo reparto por donde puedo a la familia, los vecinos y quienquiera que responda a mi llamado.

Gracias a Dios el aguacate es una fruta que me fascina y puedo y la como tres o cuatro veces al día. Ya saben, para el desayuno, con la ensalada del almuerzo, para acompañar la cena en un guacamole u otra preparación y no puede faltar con un pocito de miel de caña en el centro como postre.

Hay días en que me abruma ver la cantidad que tengo y ruego que no se maduren todos a la vez porque de veras me parte el corazón que vayan a terminar en la basura. Y cada vez que veo el montón disminuir y compruebo con orgullo que no se han desperdiciado no puedo evitar sentir tristeza por el desperdicio generalizado que ya les mencioné y que veo a diario a mi alrededor.

Recientemente hemos experimentado ciertas carencias debido a los cierres de calle y noto cierto grado de preocupación entre los panameños, pero me pregunto si todo volverá a ser como antes cuando la situación se resuelva y el abastecimiento vuelva a su nivel normal. ¿Nos acordaremos de cuando no había ni frutas ni vegetales ni pollo ni huevos ni gas ni combustible y seremos un poquito más ahorrativos? O ¿seguiremos actuando como si los aguacates se nos salieran por las orejas? Quien sabe, me he dado cuenta de que no somos muy buenos alumnos.