No sé si alguna vez les ha ocurrido que la vida le lleva por un tren de acción intenso que dura días, y a veces semanas, durante el cual las horas de sueño y/o descanso se reducen a su mínima expresión. Uno anda como en turbo sin darse cuenta de que el banco de energía está cada vez más bajo.
Y sigue uno funcionando a punta de adrenalina pura hasta que un día, con tan solo sentarse frente a una mesa a comerse un pan con queso, ¡plop! Queda uno noqueado con la cara en el plato. Hay ocasiones en que ni siquiera llega uno a la mesa, más bien se arrellana en una silla a quitarse los zapatos y antes de terminar ataca ese sueño que lo deja a uno fuera de circulación por número plural de horas. Si se contabilizan son todas aquellas que uno le robó al descanso y que pueden llegar a sumar entre… quien sabe… ocho, doce o más.
Yo he apodado esa situación “el ataque del cansancio viejo”. Lo bueno que tiene dicho ataque es que cuando toma posesión no hay quien lo mueva y obligatoriamente queda uno reponiendo las fuerzas que fue dejando por el camino con un sueño delicioso que no se afecta por nada. Uno puede estar en aquella silla/sillón/cama con ropa, zapatos, aretes y el celular en la oreja y sigue durmiendo plácidamente.
El único problema con el reposo para el cansancio viejo sería que alguien quiera interrumpirlo para que uno se quite los zapatos o los aretes o cualquier otra prenda que haya permanecido sobre el cuerpo al momento de caer. Eso es una torta de marca mayor pues una vez liberado el cuerpo del hechizo es casi imposible reactivarlo. O sea… te despertaron, te fregaste. Toma tu cansancio viejo, échale adrenalina y sigue como el Correcaminos hasta que surja la oportunidad para otro ataque.
En el mundo ideal, uno no debería andar acumulando cansancio viejo. Lo conveniente sería manejar la vida con un ritmo normalito que incluya trabajo y descanso en las proporciones adecuadas, pero para lograr eso se necesita entrenamiento intensivo y después de cierta edad no se graban nuevas rutinas en el cerebro. O es más difícil que se graben.
A lo largo de mi vida he sido víctima o beneficiaria de algunos ataques del cansancio viejo. Durante los años de juventud surgían casi siempre tras una, o unas, largas jornadas de parranda, llámese cinco días carnavaleando o algo por el estilo, pero hace muchos años que esos eventos quedaron atrás y ahora solo ando arrastrando las cutarras luego de exceso de trabajo. Cierto que completar tareas brinda un cierto grado de satisfacción, pero eso no quita que si uno abusa el resultado final puede ser mediocre y el cuerpo devastado.
Me da por suponer, porque no tengo información alguna que lo confirme, que al igual que pasa con todos los desórdenes psicológicos/adicciones y demás descalabros, reconocer que uno tiene el problema es el primer paso para resolverlo. ¿Creen ustedes que esta confesión califica como reconocimiento?
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