Cada vez que de la revista Ellas me reenvían una nota de algún lector/a, me siento profundamente agradecida.  Hago todo lo posible por contestarla lo antes posible y muchas veces he tenido la suerte de llegar a conocer personalmente a quienes me escriben.

Confieso que no siempre el sistema funciona tan perfectamente como he descrito arriba.  Hay ocasiones en que no encuentro la dirección de correo electrónico de la persona que me escribió; otras, me sorprende el mensaje muy lejos y sin mucha conectividad, y pues hay otras ocasiones -para qué mentir- en que entre la recepción del mensaje y la llegada a mi computadora se me borra el casete.  No es intencionalmente, sino que hay días en que la vida lo atropella a uno y las neuronas hacen cortocircuito.

No por echarme flores ni nada por el estilo, pero lo cierto es que si no contesto en el instante casi siempre logro contestar aunque sea un par de semanas después.  Pienso que es respeto básico por las personas que se toman el trabajo de escribir una nota.

Para no dejar por fuera a nadie, quiero aprovechar el espacio de hoy para dar las gracias a quienes me han escrito y a quienes me escribirán en el futuro.  Unas gracias grandes, efusivas y de todo corazón. Es un agradecimiento de verdad.

Ustedes dirán que hoy en día es muy fácil contestar mensajes pues uno puede hacerlo desde el celular, y es completamente cierto.  El asunto es que yo en los celulares escribo muy mal… perdón, no muy mal, súper mal, requetesuperuber mal, y me da vergüenza que la gente se tope con un millón de errores que van más allá de una mala ortografía. Tienen que ver con palabras unidas en un carrete tan largo que parecen estar escritas en alemán; las uves y las bes están juntas… Y qué va, el dedo se corre a pesar de que yo sepa cuál debo usar; se me van los mensajes antes de tiempo, completamente sin sentido pues les da por viajar cuando apenas voy empezando a escribir, y así me toca enviar dos o tres mensajes para terminar una oración gramatical.

Es horrible les cuento, y me da mucha envidia la gente que puede teclear textos perfectos en estos aparatitos diminutos en los que el teclado es como los enanos del país de Gulliver, seguramente no para alguien con los dedos de troll que tengo yo, porque además de ser grandes son torpes, y si no me creen, pregúntenles a quienes cocinan conmigo. Cada vez que empiezo a armar un plato me corto o me quemo o ambas.

Lo que hago con mis manos es por la pura terquedad que reina en mi espíritu, y es así como me paso horas, días y meses con un proyecto. Y no es para que me quede perfecto, porque en ese aspecto me rendí hace años, es simplemente para que me quede.

Entonces, antes de que me siga enredando con más locuritas, quiero regresar al primer párrafo de este escrito y darle unas gracias muy grandes a quienes me leen, a quienes me escriben y a quienes encuentran mis textos divertidos y permanecen mudos. Todos son igualmente queridos.  ¡Otro abrazo! ¡Ah, perdón, el primero, pero es grandote y vale por dos!