A ver, a ver… ni Fábrega es presidente de nada, ni yo soy Marilyn Monroe, ni salgo a un escenario con un vestido largo de licra color carne y cubierto de rhinestones… y muchísimo menos canto. Ya saben que no canto, pero el cumpleaños del jefe de la casa se celebra y si cae en viernes, y tengo espacio en revista Ellas, lo celebro con ustedes.
Y es que, en esta casa, aunque las celebraciones sean sencillas y se limiten a un volteado de piña con muchas velas para que los nietos canten y el cumpleañero las apague –aunque me parece que en estos tiempos de COVID no se soplan, sino que se apagan moviendo manos o algo parecido– se hacen con mucho cariño.
Fábrega no es de salir a celebrar ni de “comer en la calle”, pero sí disfruta que se le preparen algunos de sus platos favoritos en el día de su cumple. Se siente importante. Este año no se cumplen años terminados ni en cero ni en cinco, que son los que yo llamo notables, llega apenas a los sesenta y nueve, pero luego de lo vivido en el planeta Tierra en los últimos dos años, todos son memorables.
Además, Fábrega nos cae bien. Es divertido, guapo y muy servicial. Sus nietos se tiran de un puente por él. Es más, nadie puede competir con este personaje por el cariño y atención de la “nietera”. Yo ni trato, es “por el gusto” como diría él. Les cuento que cuando llega la gente chiquita él solo conoce piso. Allí con ellos juega barajas, bingo, Chutes and Ladders, Jenga o cualquier otra cosa que tengamos a mano, pero más que nada se revuelca con ellos en ataques interminables de cosquillas de parte y parte.
Se esconde y aparece cuando han demorado mucho en encontrarle, los lleva a recorrer cualquier patio y a identificar las frutas que sus árboles ofrecen, no sin antes haberlos ayudado a encaramarse en ellos con o sin protesta de parte de la chiquillera. “Tienen que aprender, les dice, no pueden ser niños de balcón”. Y en su universo ese podría ser, probablemente, el peor insulto que un niño puede recibir. Porque para él, conocer los secretos del mundo, del campo y de las aventuras que allí se suceden es de obligatorio cumplimiento. Quizás por eso nos queremos tanto: porque no tenemos miedo a enlodarnos, más bien nos gusta.
Mientras escribo esto hace una semana no me ha dicho qué le gustaría que sirviera el día de su cumple, que es hoy, pero fijo, fijo, fijo el postre será volteado de piña que es su favorito. Como ven son las cosas sencillas las que le hacen feliz y no me extrañaría que escogiera un buen menú de APC (arroz, porotos y carne), ya veremos. Eso, al final, no es lo más importante sino la presencia del pedazo de su familia que lo acompaña en este país, porque como saben, la mitad vive en Estados Unidos de América. Los extraña.
Entonces pues, sin micrófono y sin Madison Square Garden y sobre todo sin traje pegado, aprovecho este espacio para decirle a mi querido esposo “Happy birthday, Mr. Fábrega”.