Nunca he pretendido entender el universo, ni siquiera el planeta Tierra. Reconozco que hay muchos misterios flotando en el aire para tan siquiera pensar que yo, con mi pequeña mente, podría descifrarlos. Entre los más complicados están todas aquellas fórmulas de física, química y otras “numeralidades” que muchos han usado para explicar la existencia de todo lo que conocemos y también de lo que nos es extraño. En ese reino ni siquiera intento asomarme pues me parece un ejercicio inútil. Mejor invertir mi tiempo en asuntos que se me presenten con mayor claridad.

Por otro lado, hay muchas cosas que sí entran dentro del grupo de temas que he logrado descifrar bastante bien, más específicamente, aquellos relacionados con los seres humanos que me rodean. Recuerdo que hace muchos años en alguno de mis artículos les comenté que ver más allá de la pantalla inicial de muchas personas, era algo que me venía fácil y podía hacerlo sin mucho esfuerzo, y a veces sin querer. Y digo que a veces sin querer porque no siempre tengo deseos de conocer ese yo interior de algunos que a todas luces no es lo más agradable del mundo. Es decir, a veces no quisiera saber cuando una persona carece de bondad, por no decir que es mala, mentirosa, traicionera y demás adjetivos peyorativos.

Pero ese no es el tema de hoy, es algo mucho más banal. Se trata de cosas que podrían parecer insignificantes, pero que me confunden profundamente. Por ejemplo, no entiendo cuál es el propósito de construir un puente peatonal y no incluir una rampa para llegar a él. En conclusión, todas las personas discapacitadas deben lanzarse a la calle o carretera arriesgando su vida para llegar al otro lado pues les es literalmente imposible escalar los cuatrocientos escalones en su silla de ruedas o con sus muletas o con una andadera o cualquier otro medio de movilización que utilicen a falta del uso completo de sus piernas. Que alguien me lo explique por favor. No lo entiendo.

No comprendo tampoco a la gente que se queja de la basura en su barrio luego de que han sido ellos mismos quienes la han tirado por todos lados. Y no me refiero a la basura que el servicio de aseo de las ciudades deja sin recoger, no señor, hablo de la envoltura de la galleta que voló a la calle y del cartón del jugo que reposa en la acera junto con el excremento de un perro cuyo dueño no tuvo la cortesía de recogerlo o, por lo menos, de hacer el esfuerzo de que no lo dejara depositados en la vía de los peatones. Y, ojo, que ya estamos escasos de acera en nuestra ciudad. Que alguien me lo explique por favor. No lo entiendo.

También elude mi compresión el hecho de que una chica de 26 años manifieste que ella tiene ocho hijos de ocho padres diferentes, que es madre soltera y que se rehúsa a pagar por la vivienda que el gobierno le ofrece pues se la debía dar de gratis. Y además no le gusta. Aquí, surgen en mi mente varias preguntas como ¿Nadie le habló jamás sobre control de la natalidad? ¿Qué ve de malo en trabajar? ¿Ella realmente piensa que las arcas del gobierno son ilimitadas y que el dinero que se pide prestado alcanza para mantener a todos los ciudadanos que no quieren trabajar… que son muchos? ¡Ah, perdón, se me olvidaba que eso es lo que han promovido los últimos gobiernos premiando a los que se rehúsan a cargar su propio peso con subsidios sin sentido! ¡Ah, perdón, se me olvidaba que si tienen sentido, comprar votos en cada elección! Que alguien me lo explique por favor. No lo entiendo.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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