Filosóficamente hablando, se han escrito ríos, sino mares sobre la libertad del hombre, el libre albedrío y todos sus primos hermanos, vecinos y parientes lejanos. Al final, ha sido difícil para la raza humana llegar a un acuerdo sobre qué es, cómo se come y hasta dónde llega la tuya y empieza la mía. Como el tema es muy profundo y confuso a ratos, prefiero no entrar en esa discusión.

Sin embargo, sí quiero dejar claro que la libertad de andar por el mundo con restricciones únicamente personales (llámese falta de medios económicos, de tiempo u otros detalles) la estoy extrañando, y mucho. Igualmente, aprovecho para recordarles que el encierro pandémico no me molestó grandemente. Al principio quizás me tomaba más tiempo aprovisionar la casa de las necesidades básicas como comida y medicinas, pero una vez que agarré el swing y encontré los proveedores adecuados todo se resolvía con relativa facilidad.

Yo sé que la gente piensa que soy una persona sumamente extrovertida, hablantina, salidora y demás. No exactamente. Soy hablantina con la gente de confianza; fui muy penosa gran parte de mi vida hasta que aprendí que para llegar a los lugares o conseguir lo que uno quiere hay que preguntar, pedir y zafarse un poco de la timidez y, por último, amo estar en mi casa así es que lo de salidora tampoco es del todo exacto.

Pero amo poder conocer destinos nuevos -tanto locales como internacionales-, no me da pereza manejar por horas para alcanzar dichos destinos y, sin aprensión alguna, puedo hacerlo sola. A esa libertad me estoy refiriendo. A la que me permitía el universo AP (antes de pandemia). Extraño la posibilidad de ir a meterme en un chorro de esos que abundan en Panamá y hay días en que se me antoja comprar un queso artesanal en alguna casita de quincha de esas que aparecen en la campiña herrerana o sencillamente acostarme en una hamaca en un rancho de cualquier lado.

Extraño cosas rarísimas como ir al supermercado. Ya me conocen, es uno de mis lugares favoritos y lo que me fascina es pasearme por cada uno de los pasillos sin apremio alguno. En este PP (Panamá pandémico) nunca sabemos dónde estamos parados. Que hoy abren los restaurantes, que mañana los cierran; que hoy puedo salir todos los días, que mañana solo dos veces por semana; que hoy puedo llegar a bañarme a una playa, que mañana están acordonadas. Que la carretera Interamericana más que una vía rápida es una pista de obstáculos plagada de “autoridades” que nadie sabe ni por qué ni para qué están estacionadas donde están logrando, muy exitosamente, por cierto, ocasionar tranques monumentales. Y yo, hablando sola, que a veces lo hago, me pregunto si ya el país está paralizado ¿será necesario detener el poco movimiento que hay?

Honestamente, siento que en Panamá hay actualmente dos países: El de la gente que está sufriendo y el de la gente que la hace sufrir. No puedo evitar pensar que este río lo revuelven de maldad para ver qué logran pescar y, como les ha ido bien con la pesca, lo siguen revolviendo a costa de la mayoría de la población.

Querer meterme en un chorro suena como un deseo bastante superficial, pero es el principio a lo que me refiero. Porque si los que están revolviendo el río hubieran usado este año y medio para educar a los peces, otro gallo cantaría. Digo yo. Al final, con educación todo se resuelve y eso es lo que hace tiempo aquí dejó de existir.