Hoy es jueves 20 de agosto y ayer, por primera vez, dicté lo que podría llamarse una conferencia en regla utilizando la plataforma Zoom. La había usado antes, pero para conversaciones entre amigas, para el cursito de cocina que comparto con mis nietas los sábados, en fin, para asuntos más informales.
Esta vez la cosa iba en serio. El Club Unión me invitó a dictar una charla de cuarenta y cinco minutos sobre el Camino de Santiago. Les confieso que algún gusanillo se me albergó en el estómago.
Resulta que la conferencia era de noche y ya había aprendido yo -gracias a la entrevista que me hicieron como parte de las actividades de la Sinagoga Kol-Shearith Israel– que las luces de casa no son suficientes por lo que se deben añadir otras fuentes. Estudié un poco el asunto y compré un par de lámparas que resultaron una excelente opción.
Por otro lado, se me antojaba dictar la conferencia de pie pues me parecía que peregrina sentada no era apropiado, así es que también necesitaba el sonido adecuado.
Desde las primeras clases con mis nietas había comprobado que por más que ame mi computadora y crea que es la bomba, su sonido para transmitir no es suficiente así es que hace un tiempo ya, había comprado una camarita de esas que vienen con su micrófono integrado e igual que las luces, ella, aunque modesta me ha quedado a la altura de la libra esterlina.
Bien, cero y van dos. Ahora faltaba la presentación. O sea, no es que faltaba, faltaba, como quien no la ha escrito, sino que faltaba una forma eficaz de presentarla al público ‘zoomvidente’. Ya me conocen, soy terca. Muy terca y cuando algo se me mete entre ceja y ceja… ¡Oh, Dios! ¡Sálvese quien pueda! Tenía un monitor externo para computadora que me había regalado mi esposo para mi cumpleaños de… confieso… el año pasado y que seguía en su caja pues cuando me di cuenta que no tenía ni cámara ni sonido, decidí que eso no servía. Bueno, sirve y mucho. Pido disculpas por mi necedad.
Claro, ahora que tengo camarita con micrófono… salió el dichoso monitor de la caja. Faltaba lograr que el Powerpoint apareciera en ambas pantallas y, no solo eso, sino que apareciera con distintas caras. En el monitor grande desde donde yo estaría viendo la presentación debía salir con las notas para recordarme cualquier detalle que escapara a mi memoria, mientras que en el que se presentara a los asistentes las notas estarían ocultas.
Me pasé varios días -con sus noches- deambulando por Google, YouTube y todos esos destinos en los que uno pregunta y generalmente alguien contesta. Muchas veces no entiendo ni papa de lo que me dicen, otras me aparece algo que resuelve, pero que nunca más vuelvo a encontrar porque no sé cómo llegué a la información y así va la cosa.
Nuevamente, la insistencia -que en mi universo es la forma bonita de apodar la terquedad- rindió sus frutos y ya estando en la gatera encontré la instrucción, la practiqué y me salió. La practiqué mucho y con todo y eso al momento de coordinar con el departamento de tecnología del Club tuve un par de minutos de angustia porque no aparecía la susodicha instrucción. Al final, todo en orden. Tanto los organizadores como yo teníamos toda suerte de respaldos, ellos con varias computadoras conectadas y yo la mía, la de mi esposo -expertísimo en Zoom- y mi celular por si acaso se caía el Internet.
Gracias a Dios, y seguramente al Apóstol Santiago, todo transcurrió sin contratiempos y la conferencia llegó a feliz término. ¡Uff! Y yo, de creída y petulante juro y perjuro que soy una experta en Zoom. Ya me bajarán de la nube. Por los siguientes quince minutos disfrutaré del éxito. Mucho gusto Zoom, un placer haber trabajado contigo.