No sé si ustedes recuerdan el cuento de la Cucarachita Mandinga. Versiones hay muchas porque lo encontramos en varios países, pero, por supuesto, yo me inclino por el musical panameño que es tan bello. Cuando la cucarachita se encuentra “el medio” empieza a deliberar si lo compra en pan, en queso, en yuca, en ñame, en carne… en huevos, en tripas… en fin, luego de repasar toda lista de víveres opta por gastarse su monedita en “cintas para engalanarse”. Así podrá “encontrar un marido con quien casarse”. ¡Cómo han cambiado las cosas!
A lo que voy es a esa indecisión de la cucaracha sobre qué hacer con su vida. Un poco como la que enfrentamos ahora “los vacunados” ante las opciones que se nos presentan sobre el manejo de nuestro diario vivir, pues está claro que la pandemia aun no está bajo control. Hay protección gracias a la vacuna, más no garantía de 100% de inmunidad.
Entonces, me pregunto, como la cucarachita, si vuelvo al súper o sigo pidiendo los víveres por entrega a domicilio. Cito esta actividad de primera pues no se imaginan lo que a mi gusta ir a las tiendas de abarrotes. Es como ir a Disney World. Amo recorrer los pasillos, leer TODAS las etiquetas, explorar qué hay de nuevo y repasar lo viejo. En fin, mi parque de diversiones.
Como saben, las autoridades siguen pidiendo que el que no tenga que andar callejeando que lo evite y que las fiestas y reuniones se sigan manteniendo con un número limitado de personas y que evitemos los jolgorios y los alborotos de gente apretujada. No es una solicitud descabellada pues mientras el bicho siga jodiendo ─y le quedan varios meses de vida─ cualquier apoyo de la ciudadanía para frenar los contagios es bienvenido.
Lo que seguramente incluiré en mi agenda, como las cintas de la cucarachita, es ver a mis hijos y nietos que me han hecho falta, aunque la enormidad del Parque Omar nos ha permitido verlos con las protecciones y distancias recomendadas, pero nunca es lo mismo.
Aquí estoy haciendo mi listita. No sé si al final quedará del mismo largo o si tacharé algunas cosas, qué importa, me estoy divirtiendo y el solo hecho de imaginar las cosas que podré volver a hacer me hace feliz. Y, como durante la pandemia confirmé, como les he contado antes, que estar en casa con mi marido llenó mi vida al punto que muy poco extrañé las cosas que normalmente se incluían en mi agenda diaria y me ubicó en el modo “no necesitar” que es uno de los mejores modos en que uno puede recorrer la vida pues que venga lo que venga.
Es más, les cuento que en 13 meses mi carro vivió feliz con el tanque de gasolina que le echamos el 14 de marzo de 2020 regresando de Chiriquí. Así estuvieron las cosas. Y soy íntima amiga de la china de la cuadra de al lado a quien nunca le he visto la cara, pero me resuelve todas las urgencias y de la joven de la farmacia que no solo manda medicamentos a balazo sino que cada diez o quince días chatea a ver si me hace falta algo. Como ven he aprovechado para hacer amistades “desconocidas” que algún día pasaré a visitar en persona. Por lo pronto sigo feliz en Carolina del Sur donde nos han recibido un par de chiquillos amorosos y un clima fa-bu-lo-so. Nos vemos la próxima semana.