Una de las ventajas de los tranques que a diario encontramos por las calles de esta ciudad es que, a falta de movimiento de los autos, a uno le da tiempo de mirar. Bueno, más bien de observar, darse cuenta de lo que está ocurriendo en el entorno.
Conjuntamente con los abundantes tranques están también esos pequeños sitios -que ahora que lo pienso son muchas veces los que ocasionan los tranques- de construcción/reparación que por alguna razón parecen ser eternos.
No sé si es porque las instituciones que abren huecos no cierran huecos, o sencillamente porque somos la madre (el padre y los abuelos) de la ineficiencia, el caso es que hueco abierto hueco inmortal. A eso ya estoy acostumbrada porque viene desde toda la vida, pero lo que he notado ahora, es la dinámica de las cuadrillas de trabajo.
Es interesantísima. Ahí está el lugar sujeto de reparación, en el cruce de calle súper traficada con avenida de muchos carros, alrededor siempre un mínimo de cinco personas, por no decir seis o siete. La cosa es así: Hay un personaje con pala en mano echando algo al hueco. No es fácil determinar qué: puede ser arena, un poquito del mismo cascajo que salió cuando abrieron el hueco, algo que se encontró en el camino, lo que sea. Junto a él, dos escoltas chateando en su celular, o hablando o mirando algo. Más “allacito” uno sentado sobre la valla que han puesto para que los carros se desvíen, pasándose una toallita por el cuello porque tiene mucho calor y, por último, el jefe, que siempre está señalando algo, pero nunca lo veo haciendo nada.
Bueno, mentira, a veces está manipulando papeles o algo así. ¿Planos quizás? Ante este desperdicio de recursos no puedo menos que preguntarme ¿para qué ese gentío? Para darse apoyo moral, para tener con quién quejarse de lo impertinente que está la esposa, para cobrar ocho horas de trabajo por cada una trabajada. ¿Quién me ayuda con esto? Yo no lo he podido descifrar.
Yo recuerdo que cuando era más joven y mi papá tenía una compañía de bombeo de concreto, cada carro salía con una cuadrilla de cuatro y esos cuatro personajes podían ocuparse de que se bombearan decenas, sino cientos de yardas de concreto.
Trabajaban como un relojito. No me acuerdo exactamente las funciones de cada uno, pero en general consistían en armar las mangueras y luego sostenerlas cuando el camión mezclador vertía el concreto en la tolva que, gracias a las instrucciones de las palancas que activaba el conductor, salía por la manguera hasta el piso equis.
Cuando el trabajo era chico, una cuadrilla podía atender más de uno en el día y les daba tiempo de almorzar y tomar su descanso reglamentario. La diferencia consistía en que durante las horas de trabajo se trabajaba. Hoy en día, no me queda claro qué se hace durante el horario laboral.
Veo los mismos huecos en otros países y me llama la atención que entre dos o tres personas le dan mate al caso en uno o dos días, mientras que aquí debemos aguantar que soben la reparación por uno o dos meses, si no se extiende a uno o dos años.
Sumado a eso, la queja constante por el alto costo de la vida, pero ante una productividad de cero, todo tiene que costar un millón.