Como algunos de ustedes saben, hace un par de semanas estuve de viaje. Fue una aventura maravillosa, pues me permitió conocer, no solo lugares, sino personas extraordinarias. En realidad les quiero contar que todos los viajes me gustan, aunque sean a La Chorrera. Siempre encuentro algo nuevo, algo distinto, algo que aprender.
Sin embargo, les voy a contar un secreto: lo que más me gusta de cada viaje que he hecho es regresar a casa. Yo no sé ustedes, pero aunque tenga el privilegio de dormir en camas deliciosas, hundirme en almohadas de plumas de un millón de dólares cada una, probar platillos exóticos y no tan exóticos, recorrer palacios y museos, observar a la gente vivir donde vive no hay como regresar al arrocito con lentejas, a los rincones conocidos y sobre todo a la gente que quiero.
He allí la magia de viajar, saber que podemos tener lo mejor de todos los mundos. La experiencia es similar a la que viven los jóvenes que salen a estudiar al extranjero. Van emocionados, felices de tener la libertad que añoran -porque sea como sea, es más que la que tienen en casa- y en gran medida esta felicidad se debe a la certeza de que regresarán a casa. Sueñan pues con sus vacaciones. Muchas veces cuando llegan se dan cuenta de que la vida no es la misma que dejaron atrás y que en casa extrañan lo que tienen en la universidad pero, ¿qué sería del mundo sin los inconformes?
En mi caso, el sistema es más o menos así: cuando tengo un viaje a un destino desconocido, me pongo a estudiar como si me tocara hacer un reválida. Me leo sobre la historia -la cual muchas veces se me olvida, pero siempre reaparece en el destino-; busco información sobre lo que se come en el lugar, preferiblemente lo que comen los locales y no los turistas, porque confieso que no me gusta ser turista. No me gusta andar detrás de las hordas de gente que buscan lo mismo y en el mismo lugar. Quiero ser como “los de ahí”, comer donde ellos comen y sentarme en las terrazas donde ellos se sientan a ver la vida pasar. No siempre lo logro, pero trato.
Cuando el sitio lo amerita contrato un guía -para lo cual también me paso horas comparando hojas de vida en la internet- porque me gustan los que saben de verdad y no los que se limitan a contarme el guion que todo el mundo lleva. Planeo horarios, pues es bien sabido que no todo abre todos los días ni a todas las horas. Hay eventos que solo ocurren una vez a la semana o una vez al mes, y si uno no está, pues se los pierde.
Soy maniática, así es que lleno el día hasta la coronilla, pues no puedo evitar pensar que a lo mejor no tenga la suerte de regresar y que lo que deje en el tintero allí se quedará para siempre. Hago un Excel, por supuesto, no hay otra manera de organizar la vida. Pero me doy permiso de alterar el programa, especialmente si surgen cosas nuevas que añadir. Recordemos que vamos de viaje, no a una escuela militar.
Y al final, luego de recorridas las callejuelas, vistos los museos, escuchados los conciertos, caminados los senderos y saludado a nuevos personajes, me subo al avión con la gran alegría de saber que vuelvo a casa, porque no hay nada mejor que la delicia del regreso.