Si algún día me ven sacar papel y lápiz durante la homilía en la misa no es porque recordé que en la casa hacía falta leche, no señor, es porque el sacerdote ha dicho algo que me ha llegado al alma, que me ha puesto a pensar y que deseo compartirlo con ustedes. Así es que por favor no hablen mal de mí ante dicho acto.

Muchas veces cuando anoto algo no necesariamente logro producir el texto que estoy buscando de forma inmediata. Hay veces en que me toma semanas y hasta meses encontrar el camino para que lo que quiero decir llegue a su destino como lo quiero decir.

Este es el caso que me ocupa hoy. El título del artículo fue solo el principio de todo lo que aquel domingo me hizo feliz. Luego de aquella aseveración el sacerdote hizo una pausa, algo así como unos dos puntos y continuó: “en lo de todos los días, en lo ordinario”. ¿No les parece que esto es genial? A mí me tiene completamente hechizada.

¿Saben por qué? Pues sencillamente porque es común que, por estar tratando de construir un edificio enorme que llegue hasta el cielo, se nos olvide que tenemos que empezar por poner la primera piedra y luego la segunda y luego la tercera. Se nos olvida que no se han generado grandes naciones sin la piedra angular de la familia y que no existen familias sólidas si no hay un padre y una madre comprometidos.

Y, ¿en qué consistirá ese compromiso, me pregunto? ¿En trabajar mucho para tener mucho dinero para poder ofrecerle a los hijos la posibilidad de estudiar en Harvard o en Stanford o en la Sorbona de París? ¿A costa de qué? ¿De no estar en casa con ellos a la hora del desayuno para hacer relajo con el cereal de colores o quizás de estar muy cansados para escondernos detrás del sofá luego de la cena a ver si nos encuentran antes de que llegue el día siguiente?

¿Será que leerles un par de cuentos por la noche o llevarlos a visitar a los abuelos califica como un compromiso más productivo? ¿Será que pasar unas horas coloreando con la tropa aporta más que una conferencia con el presidente de alguna compañía enorme en algún lugar del mundo de quien solo conocemos su currículo profesional mas no sabemos nada de su vida personal?

La verdad es que me pregunto muchas cosas ante esta afirmación tan impactante. Y dando vueltas de aquí para allá y empezando de nuevo, quizás sea porque hace mucho hemos dejado de valorar justamente eso: lo pequeño, lo cotidiano, lo ordinario, lo de todos los días.

Y no digo con esto que dejemos de soñar con alcanzar grandes metas, no, sino que le demos su justo valor en el universo de nuestras vidas pues quizás son “esas pequeñas cosas” como cantó Serrat, las que esconden el secreto de la felicidad duradera y trasmisible. O sea, la felicidad que por ser verdaderamente tangible se puede heredar a hijos, nietos y demás descendientes como si fuera un collar de brillantes.