En mis años de infancia conocí de las delicias de “Marita de Pool” o de “la señora de Pool” como le llamaba a veces mi abuela, quien ocasionalmente le pedía las bolitas de carne al vino o unos enroladitos hechos de crepas y pintados con una salsa roja.
Empezando la adolescencia mi paladar conoció las delicias de la tía Connie Fidanque (Cardoze-Toledado antes de Fidanque). En aquellos días no había muchas señoras que “cocinaran para la calle” y ella era una de esas. Estoy segura de que yo no soy la única que recuerda el requetefamosísimo cake de chocolate que en aquellos días se podía pedir en una plancha que ella entregaba cortada en porciones individuales y cada una con dos líneas de icing, perfectamente colocadas encima. Yo creo, aunque no lo puedo asegurar, que ella usaba un buttercream pues icing tipo merengue no era, pero yo no era muy ducha en esos asuntos de repostería. Con solo verme afuera de su apartamento recibiendo la dichosa plancha -porque mi mamá desde los dieciséis años me asignaba los “mandados” de casa- se me hace la boca agua.
Para describir el plum pudding con hard sauce no existen palabras en el léxico español. Hay un par de adjetivos que podría usar, pero todos se quedan cortos. Y ustedes perdonen el ´espanglish´, pero es que ella hablaba así. No vayan a pensar que la tía Connie Fidanque, con quien no compartía yo ni una gota de sangre común, me robó el corazón solo por sus dulces, aunque cierto es que por ellos la conocí, ella era mucho más que eso.
No sé qué buena acción habré hecho, pero lo cierto es que la vida me premió con haberla conocido más profundamente en mis años maduros. Compartíamos en la Junta de Síndicos de Fundacáncer, a la que perteneció hasta que ya no pudo más, y estoy hablando de bien entrados sus noventa años, nuestros caminos se cruzaron con proyectos de cocina y cada vez que nos encontrábamos yo sentía que el mundo se detenía un poquitín para que yo pudiera disfrutar de su amena e inteligente conversación. ¿O será que ella así lo hacía ver?
Siempre se mantuvo al día con los tiempos, estaba enterada de todo, tenía opiniones muy definidas acerca de los temas de actualidad y, ante todo, fue adalid de su extensísima familia, que incluía varios miembros “adoptivos” y de la que conoció hasta las tataranietas. Cariñosa como pocas y exigente para lo que había que serlo. Tenía el don especial de hacerlo a uno sentir importante, pues sabía qué decir y cómo decirlo. No la vi jamás desarreglada, ¡qué digo desarreglada! Siempre estaba perfecta.
Fue de esta tierra por noventa y nueve años y estoy segura de que, así como yo, habrá decenas, sino cientos de personas que tienen una anécdota que compartir sobre la tía Connie y como dijo su nieto el día del funeral, hizo honor a su nombre Constanze siendo constante en su compromiso como hija, esposa, madre, abuela, bisabuela, tatarabuela y ciudadana ejemplar. You will be unforgettable tía Connie.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
* Suscríbete aquí al newsletter de tu revista Ellas y recíbelo todos los viernes.