Actualmente, mi esposo y yo vivimos en un décimo piso. Es una buena altura porque logro disfrutar del paisaje que nos rodea tanto de día como de noche. Especifico el horario pues el lado del balcón mira hacia el parque Omar y si estuviéramos mucho más alto necesitaríamos mirar hacia abajo para disfrutar su belleza, mientras que ahora con solo mirar hacia el frente se despliega completita frente a nuestros ojos.

Del otro lado tengo una calle muy concurrida a ciertas horas pues, como ya saben, en nuestra querida ciudad a falta de formas de llegar de un lugar a otro expeditamente los conductores escogen cortar camino pasando por aquellas calles que antes solo albergaban el tráfico de sus residentes. Gracias al décimo piso, los ruidos de ese tráfico no perturban nuestra existencia, a menos, claro está que haya un accidente estrepitoso.

Lo que si escuchamos clarito y con mucha frecuencia son las explosiones de los transformadores eléctricos que ocurren “a cada ratito” y nunca faltan los domingos al alba, cosa que no entiendo pues pensaría que es un horario en el que el consumo no llegaría a volver locos los circuitos de dichos transformadores, pero ¡qué se yo de electricidad!

Hablando de sonidos, hay algunos que disfruto enormemente, aunque no desde mi casa, y es la periquera vespertina que surge cuando las aves en cuestión empiezan a posarse sobre unos enormes árboles que han logrado sobrevivir el advenimiento de los grandes edificios siendo aquel donde resido uno de ellos. Edificios, no árboles.

Es un verdadero escándalo el cual disfruto cuando estoy en la planta baja del edificio a la hora en que los pericos vuelven a casa. Inicialmente, no lograba identificar en cuál de los árboles se posaban pues verdes como son, igual que las hojas, no es fácil distinguirlos, pero ya llevo más de diez años viviendo en este lugar así es que una cosa u otra del vecindario he logrado aprender.

Lo cierto es que es un ruido que me lleva a la infancia, a la casa de mi abuela en Vía España, frente al Hotel Panamá (Hilton en aquellos días) pues en los cables eléctricos frente a los jardines de aquel otrora hermoso hotel llegaban a dormir los talingos y ellos también anunciaban su llegada. Otrora es una palabra clave en este párrafo pues ya el hotel Panamá ni es hermoso ni tiene jardines siendo este un caso en el que me alegra tener buena memoria para los detalles, de forma que cuando lo pienso aparece frente a mis ojos en toda su hermosura, gracias a su moderna sencillez de mediados del siglo pasado, junto con la historia de mi papá de haber trabajado en su construcción al llegar a Panamá recién graduado de ingeniero civil.

Había tanta vegetación en el área que había conciertos diurnos y nocturnos, pues como saben, si uno pone atención, las mañanas son tiempo propicio para que equis cantidad de pajarillos nos deleiten con sus cantos y, muchas veces, el coro es tan enorme y variado que parece que se hubieran puesto de acuerdo para practicar de forma que ninguno desentone. Es la maravilla de la naturaleza y hay que disfrutarla pues en la ciudad de Panamá poco a poco han ido desapareciendo las periqueras (queda una importante en Vía Argentina) y los conciertos de aves. Los extraño.


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