Para los que aún no han caído en cuenta, soy de la generación de las misas modernas, cantadas con mucho alboroto. Migré de ver al sacerdote de espaldas hablando en latín, el velo obligatorio sobre la cabeza y la prohibición de usar pantalones (para las mujeres) para asistir al servicio religioso a la Misa A-go-go del colegio Javier y sus primas hermanas.

La misa típica de Toño Riba ocupó su lugar y jamás faltó una guitarra en la misa semanal a la que debíamos asistir en el Colegio Las Esclavas. Eran fabulosas esas misas y claro como la música era movida y contagiosa de seguro por lo menos el pie derecho marcaba disimuladamente el paso.

Hace poco me mandaron uno de esos videítos que aparecen en las redes en que hay un pequeño coro cantando en la misa y está la doñita que no puede contenerse y luego de la quinta nota queda bailando salsa al estilo Celia Cruz. El resto del coro, por supuesto, trata de contenerla, pero es misión imposible. Bueno, yo soy un poco así.

La señora que baila en la misa

Foto sacada de iStock

Gracias a Dios, todavía predomina en mi una pizca de sentido de vergüenza y me limito a llevar el ritmo sin mover los hombros ni los brazos. No aplaudo, ni levanto los brazos como la ola de los juegos deportivos, no sé, nunca ha sido lo mío, no sé cantar, eso ya lo saben así es que balbuceo la letra de las canciones pues esas casi todas me las se y me fascinaría poder cantar bien, pero creo que eso se me va a quedar en el tintero.

Me fascina la Salve Rociera, parte de la misa típica del Santuario de Nuestra Señora del Rocío, patrona de la localidad del mismo nombre y que celebra para Pentecostés una fiesta maravillosa con caravanas de carretas, mujeres vestidas de flamencas, hermandades con sus estandartes, en fin, una fiesta a la que algún día me gustaría ir.

Lo irónico del asunto es que tanto como me gustan las misas alborotosas, rezar me gusta hacerlo en solitario y en silencio. ¿Quién entiende? Así son las cosas. Supongo que gracias a esa enorme variedad de costumbres relacionadas con las prácticas religiosas, cada uno encontrará la que mejor se amolde a su personalidad y a sus necesidades espirituales. Porque Dios está para todos y no es excluyente. Estoy segura de que le gustan todos los cantos, los gregorianos, los tradicionales, los charrasqueados, los mudos como los míos (para no desentonar).

La señora que baila en la misa

Foto sacada de iStock

Por lo pronto aun soy capaz de controlar las ganas de bailar en aquellas misas en que la música promueve el despertar del ritmo interno y me porto bastante bien. No sé qué ocurrirá más adelante en la vida pues, como saben, a medida que uno avanza en edad va dejando atrás las inhibiciones y da paso a “hacer lo que le apetece”. No he llegado a esta etapa todavía, pero estoy haciendo las anotaciones del caso a fin de que cuando vea acercarse el momento, avise a mi marido para que esté pendiente de controlarme.