El próximo domingo 13 de diciembre de 2020 esta columna cumplirá 25 años de publicación continua. Cuando se estrenó aquel lejano miércoles en 1995 no me imaginé jamás que tantos años después seguiría caminando junto a ustedes, mis lectores, compartiendo no solo vivencias, sino cuanta locura se me pasa por la mente. ¡Esto hay que celebrarlo! ¿Cómo? No tengo idea pues este 2020 nos ha volteado la existencia de adentro hacia afuera como una media malquerida.
Sin embargo, con pandemia o sin ella, aquí sigo, al pie del cañón… bueno frente al teclado de la computadora… buscando cada semana algo para compartir con ustedes.
Tengo ocho meses de confinamiento así es que ya no recojo títulos en los semáforos como hice por mucho tiempo, pero aparentemente el cerebro me sigue funcionando y se puebla con ideas suficientes para cumplir con mis fechas de entrega de material.
Estas llegan a veces como los colibríes a las flores: de repente y sin aviso, y de la misma forma muchas veces pretenden desaparecer, pero son muchos años en este oficio así es que casi siempre encuentro la forma de retenerlas. No niego que una que otra se me escapa, pero no me mortifico, ya volverán. Y si no vuelven es porque no valían la pena.
Como saben, en estos veinticinco años han ocurrido un millón de cosas que han enriquecido mi biografía. Algunas buenas y otras no tanto, pero cuento es cuento y todos tienen su mérito. Y yo creo que de eso se trata nuestro discurrir por esta tierra: de ir acumulando historias que alguien, algún día, quiera repetir. Que no se las lleve el viento.
Si me voy a las matemáticas, debo concluir que llevo compartiendo con ustedes casi el 40% de mi vida. Es mucho. Por eso a cada lector que tengo la oportunidad de conocer, sea en persona o virtualmente, lo siento cercano, lo siento amigo. ¡Gracias por seguir a mi lado!
Mi familia me llena de felicidad y de orgullo y aquel grupo original que me acompañaba cuando empecé en estos menesteres de escribir, ha seguido las instrucciones del Génesis en lo de “fructificad y multiplicados” lo cual llena mi corazón tanto, tanto, que a veces no sé si podré obligarlo a que se quede dentro de mi pecho. Es esa familia mi principal fuente de inspiración y, por supuesto, la roca sólida en que he afincado mis debilidades. Es allí donde siempre quiero regresar.
Sin duda estas bodas de plata han llegado plenas de interrogantes y dudas. Seguramente este año las listas de Navidad y las promesas de Año Nuevo serán muy distintas. Las primeras estarán pobres de ‘cosas’ y cargadas de anhelos de buena salud; mientras que las segundas confirmarán la intención de ser parte, aunque sea pequeña, de la solución de este gran mal que se cierne sobre toda la humanidad.
¿Qué viene? Nadie sabe a ciencia cierta. Pero, así como en un abrir y cerrar de ojos han transcurrido 25 años desde que escribí la primera letra para esta columna, el mundo buscará la forma de volver a la normalidad. Diferente de la que estamos acostumbrados, más no necesariamente mala. Yo, por mi parte, les prometo seguir andando con los ojos abiertos para que esos detallitos que enriquecen nuestro viaje no se me escapen y pueda compartirlos con ustedes. ¿Por veinticinco años más?
Las bodas de plata del Diario de Mamá