Cuando una persona muere se entiende que la despedimos para siempre. Sin embargo, esa premisa está lejos de ser cierta cuando el ser que despedimos ha logrado ser tan especial en vida que seguirá viviendo con nosotros “forever and ever”. Les pido disculpas por el espanglish, pero es que me parece muy apropiado considerando que la protagonista de este escrito nunca supo hablar otra cosa.

En marzo del año 2000 publiqué un artículo que se llamaba Mi tía tal y cual dedicado, casualmente a esta tía adorada que me ha tocado despedir el 4 de julio de este año 2024, Julaine Fogarty, y en el compartía todos aquellos rasgos de su personalidad que me hechizaron desde niña, porque desde niña la conocí dado que era la madrina de mi hermana y amiga lejana que se mencionaba con frecuencia en casa. Digo amiga lejana porque gran parte de su vida adulta vivió en David, Chiriquí cuando las carreteras para alcanzar ese destino eran pocas y malas.

Nonetheless, mi mamá y ella se las arreglaban para organizar planes familiares que propiciaran que pasáramos tiempo juntos. Que si un par de semanas en la casa de los Romero en Boquete, que si un verano en Volcán, gracias a las investigaciones de la tía Julie para asegurarnos el alquiler de una cabaña en Palosanto y otras aventuras que entre las dos amiganchas se inventaban.

Tuve la suerte de que estuviera viviendo en Miami, Florida cuando me tocó pasar poco más de un año en aquella ciudad durante el cual viví ciertos descalabros en mi vida y ella aparecía como un hada madrina a darme uno o varios consejos. Reconozco que recogí algunos y otros no, pero así funcionan las cosas. Las personas que te quieren sienten la obligación de decirte lo que piensan que debes escuchar.

Gracias a Dios pudo cumplir su sueño de mudarse a una casita hermosa en Boquete, que, por supuesto, no era hermosa cuando ella la compró, pero su toque mágico la convirtieron en un oasis. Sus plantas y flores brotaban exuberantes de todas partes y creo que es porque ella les hablaba o les cantaba o les daba órdenes, no estoy segura de cuál de las tres.

La tía Julie tenía muchas destrezas, pero si tuviera que escoger solo una sería “querer”. Querer a raudales, querer a todo el mundo. Repartir caricias siempre acompañadas de su risa franca que nos contagiaba a todos. Era de poco quejarse, a pesar de que no todo fue coser y cantar en su vida, pero le gustaba pick the good stuff y en eso era experta. A quien tenía mil defectos, ella le encontraba la sola virtud. Fue bendecida con el don de saber perdonar y creo que eso contribuyó a su felicidad.

La tía Julie no se irá de mi vida, ni de la vida de mis hijos y mis nietos porque si algo dejó en herencia fueron cuentos y anécdotas por montón. Cuentos y anécdotas que mientras tenga vida y aliento compartiré con todos en su honor. ¡Ciao, tía Julie, take care!

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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