Tal y como les comenté la semana pasada, mi mamá cumplió 90 años el 3 de enero. Le costó decidir cómo quería celebrarlo hasta que finalmente manifestó que quería algo estrictamente familiar, con hijos, nietos y biznietos, sus ahijadas y cuatro primas/amigas. Lo pongo así pues con sus primas, que en realidad son tías la une una amistad entrañable. El segundo requisito es que ella no tuviera que hacer nada y en su universo, nada se refiere básicamente a tomar decisiones así es que la afirmación final fue: organícenlo ustedes y hagan lo que quieran.
El Valle de Antón resultaba el destino perfecto puesto que muchos de los asistentes estarían allí pasando unos días de vacaciones. Dos de mis hermanas tienen casa allí, así es que era solo cuestión de decidir en cuál de las dos se haría la celebración. Temprano para que los niños pudieran asistir. Así pues, con esos parámetros se comenzó a definir todo.
La dueña de la casa donde se haría contrató los servicios necesarios, otras nos apuntamos para llevar cosas de picar, dulces y juegos y todo quedó listo. Se hizo una sencilla invitación para las amigas y ahijadas y adelante.
El evento empezó a las doce del mediodía tal como indicaba el aviso y pronto la casa y el patio se fueron llenando. Todo el mundo contento, pues, al ser una reunión súper familiar, todo el mundo se conocía y tenía historias para compartir con el resto de los invitados. Eso tienen de bueno las celebraciones pequeñas. Aunque lo de pequeña es una especie de contradicción pues la sola familia llega a las ochenta personas. Si descontamos a los que no viven en Panamá, digamos que sesenta.
Como he dicho, muchos cuentos, muchas risas, mucho deambular por el pasado compartido. La comida, que estuvo deliciosa y pues llegó la hora de cantar el “cumpleaños feliz”. Claro que la cumpleañera debía tomarse algunas fotos con su dulce, con hijos, luego con un biznieto que celebraba sus 9 años y en medio de aquel revolú una de sus primas/tías/amigas dijo “nos tenemos que tomar una foto las novenarias”. Y, pues sí, allí se pararon estos cuatro personajes junto a mi mamá.
El término me pareció divertidísimo pues efectivamente, todas tienen ya noventa cumplidos, pero no se imaginan las energías y ganas de seguir por estos caminos que tienen las cuatro. Además de que lucen de película y están claritas de mente estas novenarias son divertidísimas cada una a su manera. Y pegando ya las siete de la noche había todavía un par que no se quería ir de la fiesta, y mi mamá feliz con su compañía.
No faltó algún comentario nostálgico por aquellas dos o tres que se fueron antes y que todas extrañan, pero como ese cariño se mantiene vivo, la mención de las ausentes no fue una nube negra, todo lo contrario, fue un reconocer su presencia viva en sus corazones.
Y así, poco a poco la música se fue apagando, los jóvenes reclutaron a los mayores para unos juegos que nadie entendía, pero para los cuales nos anotamos y jugamos mal, pero jugamos y así entre niños recién nacidos y novenarias cerramos una velada estupenda. “Una hurra para las novenarias
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