Cuando tenía trece o catorce años, creo yo, escuché por primera vez ese hit de John Denver. Se convirtió en una de esas canciones que uno canta con las amigas al final de la tarde/noche, o a cualquier hora que salte en la radio. La maravilla era que —al igual que la mayoría de las canciones de este cantautor— uno entendía cada palabra de la letra y, por supuesto, eso facilitaba el canto, especialmente para nosotras que éramos solo parcialmente bilingües.

Todavía me fascina, al igual que gran parte del repertorio de este cantante. Pero no nos llevemos a engaño que todos los cantantes que alcanzaron la fama en las décadas sesenta y setenta siguen manteniendo su lugar en mi hit parade. Y no me refiero solo a los de habla inglesa sino a todos, los de allá, los de aquí y los de acullá. Había una magia especial en la música de aquellos días. Las canciones contaban una historia, a veces triste, en ocasiones llena de esperanza y no faltaban aquellas de rock puro y duro que conozco, pero no amo.

No sé si este “amor” se debe a la conexión que se desarrollaba en espíritu con estos hippies fabulosos que dejaron de lado los esmoquin, el saco y la corbata (excepto quizás Tom Jones quien siempre lucía sus camisas de ruchas) y optaron por llegar a los escenarios en sus jeans rotos y sus camisas de algodón hindú. Los hombres, bellos con sus pelos largos que eran la envida de todas las mujeres y las mujeres con sus crespos de los cuales dejaron de avergonzarse. En la música encontrábamos la liberación total de todas las restricciones de etiqueta que habían prevalecido hasta el momento.

Por supuesto, que había material de los viejos clásicos que a uno le seguía gustando y que prevalece alto en el ranking aun hoy en día, porque cuando el material es bueno, no pasa de moda. Y, aunque no sea lo que más suena actualmente, estoy segura de que son pocos los que se quedan indiferentes ante un buen bolero.

Creo que he compartido con ustedes muchas veces que tengo alma de hippie. De chica rebelde que busca que se olviden las guerras y se borren las líneas que dividen a la humanidad. Nunca aficionada a las drogas y muy conservadora para el “amor libre” aunque el amor ordenado me gusta y me cae bien. Y lo interesante es que con tan solo escuchar alguna de estas viejas canciones todo regresa. Me veo entre amigos deliberando sobre temas existenciales luego de haber agotado el asunto de los amores imposibles, que en la adolescencia eran comunes.

No es secreto que despiertan en mí cierta nostalgia. Y no es que quiero tener nuevamente quince años, ni muerta quisiera regresar a la edad de la “ignorancia vital”, pero los recuerdos son agradables y generan una sutil sensación de bienestar. Así, cuando la vida lo quiere tropezar a uno, basta con buscar alguna de esas canciones mágicas que, como en alas de mariposa, nos transportan al jardín de la juventud.