El diablo, el maligno, el demonio, Lucifer, Satanás y muchos más son los nombres con los que se conoce al espíritu del mal, ese que alguna vez fue un arcángel —Lucifer, el de la luz— pero por desobediencia fue expulsado del cielo por Miguel, otro arcángel. Sin importar el nombre que se use para referirse a él, sabemos que encarna el y cada vez que tenemos la tentación de portarnos mal basta con pensar en nuestra vida eterna en los reinos de este señor para que se nos quiten las ganas. Bueno, hay algunos que ni por la amenaza del infierno se enmiendan, pero eso ya es otra cosa. A lo mejor porque piensan que estarán acompañados por el resto de sus amiganchos políticos no se preocupan mucho, pero vaya usted a saber si en la puerta del infierno muchos se dan la vuelta, porque político fiel a algo no conozco. Al dinero y al poder, a ratos.
Bueno, el caso es que a pesar de que no quisiéramos entablar amistar cercana con este personaje, solemos saber bastante sobre su vida. Por ejemplo, hay un lugar que, por la frecuencia de su mención, pareciera que se visitara con frecuencia a pesar de la distancia, y es aquel donde el diablo perdió el poncho o dejó la chancleta. Es el mismo sitio, yo creo. A mí se me ocurre que debe haber un río o una charca por allá y que el señor diablo se encuera para bañarse y, bueno, por descuido o por la premura de atrapar algún alma que ande por aquellos lares, se le queda parte de la vestimenta. ¿Qué otra razón habría para que anduviese dejando las ropas tiradas?
Aparentemente, conocemos perfectamente su apariencia física a pesar de que no existe en ningún lado una descripción detallada. Que si tiene partes de bestia, que si tiene cola terminada en punta de flecha, que si ostenta cachos de forma muy peculiar, que si carga un tridente, arma que parece bastante inofensiva para ser la principal del príncipe de las tinieblas, pero quién sabe, puede que de ella emane fuerza nuclear.
Cuando nos referimos al demonio lo hacemos generalmente como si fuese solo uno, pero en muchos textos hay referencias a lo que parece ser un séquito de diablitos. Debe ser verdad, pues desde que escuchamos de la expulsión del cielo se oyó hablar de varios ángeles rebeldes. Y en ocasiones pareciera que el diablo en sí fuese un destino… o por lo menos eso me imagino cuando oigo a los campesinos increpar “par diablu”.
Lo que no me queda claro es por qué si el diablo anda en misión por la Tierra buscando almas para conquistar y, en algunos casos, comprar —pues cuando los encantos no bastan hay que pagar por llevárselas al infierno—, cómo es que es tan descuidado y anda dejando cosas por todos lados. Yo pensaría que es indispensable ser bien cuidadoso con las posesiones, pues así como se le pierde un poncho se le extravía un alma que ya tenía pagada y registrada en los libros contables.
Pero bueno, allá Él que vea cómo maneja sus activos. Yo me limito a observar y compartir con ustedes mis locos y endemoniados pensamientos.