Recientemente, uno de mis primos hermanos invitó a mi mamá a almorzar. La maravilla de estas invitaciones es que también invitan a las hijas que la puedan acompañar, en este caso específico una de mis hermanas y yo. La tercera estaba de viaje. Se lo perdió.

La actividad consiste en algo muy sencillo en la casa del primo, aunque la sencillez es relativa porque siempre nos encontramos con una mesa bellamente puesta con piezas que le recuerdan a uno aquellas contadas ocasiones en que de niños y jóvenes lográbamos colarnos en la mesa de la gente grande en la casa de mi abuela. Ya saben que cuando digo mi abuela me refiero a Mami Loli porque a la otra no la conocí. Se despidió de este mundo muy jovencita.

Se podrán imaginar que compartimos montones de historias, anécdotas, chistes, en fin, vivencias comunes lo que hace la reunión súper divertida. Por otro lado, como los hijos de mi mamá estamos entre los nietos más jóvenes, siempre nos beneficiamos de los recuerdos de los más “viejos” y uso el término sin ánimo de ofender, solo por aclarar las diferencias de edades.

Yo, cuentos de Mami Loli tengo acumulados hasta mis 18 años que fue cuando dijo adiós, pero como era muy pegada a ella, guardé buena cantidad de recuerdos, sin embargo, de mi abuelo Papa Juan tengo muchos menos y por eso me gusta tanto escuchar atentamente las vivencias de otros que compartieron más tiempo con el.

Por supuesto, que mi mamá nos cuenta muchas cosas de su papá y he tenido el privilegio de repasar algunos documentos que me han ayudado a completar la imagen de este ilustre caballero, pero no es lo mismo ser hijo que nieto y de allí la fascinación con las anécdotas de los primos en las que se entrelazan sus recuerdos con los de mi mamá. Y muchas veces no coinciden así es que entre todos se va sumando y restando.

No se me puede quedar por fuera que la comida siempre es deliciosa. Sencilla, bellamente servida y además saludable. Me gusta todo lo que me brindan, me encanta la sobremesa, el cafecito que algunos se toman y otros no, los postres que siempre nos tientan, tentación en la que solemos caer y si alguien quisiera algún digestivo llegaría de forma expedita. Ocurre que somos una familia de casi abstemios en lo que a bebidas alcohólicas se refiere así es que nadie pide.

Ya resumida la experiencia tengo que compartirles que por encima de todas las delicias que probamos y repetimos, más allá de admirar las vajillas y piezas de cubertería y quizás una que otra foto del recuerdo, es la conversación el plato estrella de estos encuentros. Nada la supera. Nada es más sabroso que compartir, vivir y revivir aquellas experiencias que nos consolidan como familia, bordar cuidadosamente los recuerdos que nunca deben perderse, rescatar de algún rincón de la memoria un pequeño dato que encaja perfectamente como esa pieza que completa el cielo de un rompecabezas. Lo más sabroso de un almuerzo en familia, es la familia.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

* Suscríbete aquí al newsletter de tu revista Ellas y recíbelo todos los viernes.