Cada vez que me pongo a elucubrar sobre qué le hace falta a un país para progresar confirmo y reconfirmo que muy poco: educación, salud y una buena red vial. Ante el panorama que presentan estos tres rubros actualmente, lloro. Y lloro en voz alta, hipando y con mocos.
A pesar de que a primera vista parece haber poca relación entre las tres, una mirada más profunda nos indica que se entretejen y son definitivamente interdependientes una de otra.
Fíjense, una población educada (bien educada, no solo por salir del paso) cuida su salud, vacuna a sus niños, se alimenta de forma saludable, hace ejercicio, cumple con los exámenes periódicos de rigor, en otras palabras, su vida entera está orientada hacia la prevención de enfermedades crónicas y demás males. Por otro lado, una población educada entiende su rol en la sociedad, sabe que su bienestar depende del propio esfuerzo y es profundamente empática con aquellos que necesitan de esa educación que ellos recibieron para dejar de ser parásitos y caminar por sus medios. En otras palabras, una población educada no necesita subsidios ni le cuesta al Estado más de la cuenta.
Estos ahorros que se logran en el área de salud bien pueden entonces invertirse -ojo, invertirse no gastarse- en una red vial que sea el vehículo para que los entes productivos puedan movilizar sus productos, no solo internamente, sino acceder también a mercados internacionales. Una buena red vial, casada con un sistema de trasporte eficiente, permite a la familia pasar más tiempo junta, a los padres ocuparse más de la educación de sus hijos y a cada individuo a tener tiempo para actividades promotoras de la buena salud. Ven como es un círculo perfecto. Lo veo como el modelo tan cacareado de la torre de copas en la que al llenarse la primera va dejando llegar su contenido a las de más abajo.
La pregunta es ¿Qué ocurre cuando le quitan a la de arriba, como acaba de ocurrir con el presupuesto del Ministerio de Salud que ha resultado en recortes importantes en hospitales y centros de salud que son indispensables en una cadena en la que cada eslabón debe jugar su papel? Y no digo necesarios digo in-dis-pen-sa-bles.
Cada uno de estos recortes me ha llegado al alma, pero el del Instituto Oncológico Nacional (ION) me desgarra el corazón porque conozco de primera mano lo que significa no tener acceso a un tratamiento contra el cáncer y, más importante aún, obtener a tiempo un diagnóstico que hará la diferencia entre vivir y morir. Porque no es ningún secreto que tanto los medicamentos como los exámenes especializados cuestan miles, sino millones de dólares y no todo el mundo los puede pagar.
23 millones lleva perdidos el ION con este primer recorte que se anunció hace un par de días y no se sabe cuántos más quedarán en el camino. Pero hay dinero para viajes, para decorar oficinas públicas con carteles rosados, para brindar por el triunfo de tal o cual diputado y yo me pregunto si se ha cuantificado cuánto más le costará al Estado cada ciudadano que, por no tener acceso a servicios de salud básicos, tenga que vivir años (o el resto de su vida) enfermo. Me suena como a un ahorro mal entendido.