Cada semana, cuando entro a revisar qué ha ocurrido en el universo de A la mesa, no puedo evitar recordar los 10 años que recorrí entre los pliegues de este fascículo que se albergó en las páginas del diario La Prensa.

Y ahora que leo las entradas de Maité Castrellón basadas en las aventuras culinarias de su familia y en la herencia de la abuela Julia, y a veces de la otra también, no puedo menos que preguntarme, ¿Julia? Será casualidad o destino que el nuevo sitio web de A la mesa ofrezca su espacio a otra gran Julia, en este caso, la abuela de una dinastía de cocineros entre los que contamos, además de Maité, por supuesto, al gran Maíto.

Y digo que me llaman la atención las casualidades pues por allá por el año 2002 fue la mismísima Maité la que tuvo a su cargo el diseño del dichoso productito. Yo llegué por purita casualidad -nuevamente- o porque en La Prensa pensaron que podría hacerle entrevistas apropiadas a los 25 cocineros que compondrían la vida finita del producto. Solo 25 revistas se harían. Sofy Guardia de Durán prestó su cara para la número uno y Nicole Vallarino cerró el ciclo con la número 25.

En el medio, nombres que a todos le sonaban una campana: la Cuchi, Ceci Hernández, Rosita Córdoba, Ma. Estela Herbruger, Marisol Abrahams, son solo algunos.

Con Nico Psomas salía cada semana a retratar los platos y sus creadores con cámara no digital – ajá, de las de película que había que revelar mientras se rezaban un par de Avemarías. Cosas siempre podían pasar. Con Maité me sentaba, igualmente cada semana, a montar todo el material recopilado, porque resultó que podía hacer algo más que entrevistas.

Y llegó diciembre y se imprimió el que supuestamente sería el último ejemplar. Pero como dicen los comentaristas de boxeo, “eso no se queda así, eso se hincha”.

Y A la mesa se hinchó y para abril del año 2003 empezó a circular nuevamente, esta vez con una nueva jugadora en el equipo, María de los Ángeles, bien conocida por todos ustedes como el genio detrás de los platos facilitos y deliciosos que llegaron a la mesa de los lectores.

Y ahora, A la mesa es modernísima. Tiene sitio web, los lectores pueden ingresar sus comentarios inmediatamente, y cuando uno está en el supermercado puede verificar las recetas para que no se quede ningún ingrediente por fuera. Todo eso me gusta, pero fue Julia quien despertó en mí ese deseo de que el domingo llegue rápido para ver qué me cuenta esa dupleta. Ya saben, a mí lo que me gusta es el cuento. El dichoso cuento.

Y cada vez que repaso el que publica junto con la receta semanal, que por cierto siempre es buena, me transporto a los días en que los chiquillos revoloteábamos por la cocina de mi abuela luchando para que Eladia, la cocinera, nos dejara por lo menos espulgar el arroz.

Y de vez en cuando Maitecita me llama para alguna consulta, y ahí sí es verdad que me muero de emoción porque entonces tengo por fuerza que halar del hilo de mis propios recuerdos. Casi siempre la consulta es más bien una “traducción” del lenguaje “abuelístico” en que está escrita la receta.

La muy sinvergüenza solo me pregunta una cosita y no me cuenta detalles. Tengo que esperar la publicación para enterarme. Y así, cada semana ruego que Maité se enrede con algo para que me llame. No tengo tanta suerte.