En algún día de abril de 1973 mi promoción del Colegio de Las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús inició el último año escolar. Muchas habíamos pisado esa institución por primera vez un lunes 9 de mayo de 1960, otras se fueron sumando a través de los años. El caso es que para 1973 todas las compañeras se querían por igual, sin importar en qué momento se hubieran integrado al grupo.

A nuestra promoción le tocó ser de las últimas en que podíamos escoger entre bachillerato en ciencias, letras o comercio, este último de corta duración en nuestro colegio. Esta división se daba al terminar el cuarto año por lo que la separación duraba dos años. Como todo en la vida, cada grupo cargaba con su epíteto. Las de ciencias y letras eran las más nerdas -aunque en aquellos días esa palabra aún no había ganado la popularidad que tiene hoy día- “pilonas” era un término más usado, o “comelibros” y otros por el estilo. Claro que las de letras se movían más en el mundo de la historia y las artes y esas cosas, y nosotras las de ciencias pasábamos el día entre las biologías y las matemáticas. Las de comercio eran las más relajadas, pero les tocaba descifrar la taquigrafía y la contabilidad. Cada una con lo suyo.

Como les he comentado alguna vez, a la mitad de quinto año me fui a estudiar a California, sin embargo, eso no afectó en nada mi relación con esas compañeras que llevaban un millón de años siendo mis amigas. Nos escribíamos cartas en las que viajaban para acá y para allá todos los detalles de la vida diaria en este y aquel lugar. Terminada la secundaria cada una siguió su rumbo y en nuestro maravilloso grupo hay médicos, profesoras, genios de los negocios, odontólogas, banqueras, abogadas y muchas otras disciplinas, pero a pesar de los distintos caminos y de las diferencias en gustos y personalidades, nos hemos mantenido unidas por cincuenta años.

Creo que el secreto de esta unión es que hemos podido reunirnos cada cinco años -a excepción de un aniversario, si no me equivoco- además, tenemos una súper secretaria que nos mantiene al día con las fechas de cumpleaños, teléfonos, mudanzas y otros detalles. Con eso y todo, el trabajo de hormiga de invitar personalmente a todas las del grupo, fue clave para que la reunión quedara buenísima. Me quito el sombrero ante el comité organizador porque la fiestecita estuvo genial. No faltó nada.

Recordamos con cariño a las tres compañeras que se nos adelantaron, dimos gracias porque Dios, la Virgen y Santa Rafaela María nos miran con ojos de cariño y, por supuesto, celebramos. Tenemos mucho que celebrar y si hay buena música y buenos coctelitos ¡ufff! la cosa se pone mejor. Y como no hay timbre que corte el recreo ni monja que nos regañe por escandalosas pudimos dar rienda suelta a esa felicidad grandísima que nos dio el volvernos a abrazar.

No todo ha sido comer y cantar en este grupo. Dificultades hemos tenido todas de una u otra forma, pero como dice el himno de nuestro colegio “No tememos la lucha en la vida / porque todas sabemos orar / nuestra marcha será decidida / con el lema Dios, Patria y Hogar”.