Desde que uno escucha por primera vez aquel evangelio de San Mateo que dice que “los últimos serán los primeros”, esa frase se queda grabada y la aplicamos en muchas instancias de la vida.
Sin embargo, tengo que contarles que en esta aventura del Camino -por lo menos en mi caso- eso no se aplica. No señor, conmigo los últimos serán siempre los últimos.
Yo soy mala… perdón… muy mala en las lomas y créanme que por acá hay abundancia de ellas. Para completar el escenario en las bajadas no soy mejor, por no decir que también soy malísima. Subiendo me quedo sin aire y bajando, como soy patuleca, tengo que ir a cero kilómetros por hora. Si acelero el paso seguro me descalabro.
Al momento de subir arranco en primera pero cada diez pasos (que los he contado) me quedo en neutral. Vuelve y mete cambio, diez pasos en primera y de vuelta a neutral.
Si uno va solo no pasa nada porque con su ineficiencia no le hace daño a nadie, pero esta vez llevo escolta y el bueno de mi marido se pone nervioso cuando no me ve así es que el pobre me espera, pero claro, en la espera se enfría que es fatal en estos casos. Sabe que al final del cerro necesito tomarme media botella de agua y mi mochila, la cual amo desde 2010, tiene un solo defecto y es que para alcanzar el bolsillo donde la botella viaja cómoda hay que ser contorsionista, defecto que en el modelo nuevo ha sido corregido, pero yo sigo con la original.
Perdón, me desvié del tema. El caso es que solemos salir entre los primeros porque somos madrugadores, bastante organizados y después que empacas tu mochila y desayunas (en aquellos albergues que ofrecen desayuno temprano) no tiene caso permanecer en el albergue. Pero es importante comprender que los jóvenes van como veletas y los mayorcitos casi todos mandan su mochila a su próxima parada con los servicios de transporte. Yo le advertí a Fábrega desde antes de salir que TODO EL MUNDO NOS IBA A PASAR. El no me creyó pero ha comprobado una vez más que yo no miento.
El Camino tiene muchas etapas, no solo en distancias y geografías sino en la gente que las recorre. Ocurre pues, que llegando a Sarria entran al Camino cientos, sino miles, de peregrinos que aspiran a la Compostela tras recorrer el mínimo de 100 kilómetros. Son literalmente hordas de gente. Confieso que se pierde un poco la paz que se había disfrutado hasta ese momento. Kilómetros y kilómetros de maravillosa soledad en los que uno muchas veces pasa una o dos horas sin ver a nadie más en el Camino. Y si lo ves es algún caminante solitario que te dice “buen camino” y continúa con sus meditaciones igual que uno. Es una delicia.
He dado tantas vueltas para contarles que aquello de ser los últimos en este caso es bueno, no bueno, magnífico. A medida que los rápidos te pasan y los que hacen etapas más cortas se van quedando uno recupera la paz que traía antes de Sarria. Aun a las tres o cuatro de la tarde los pajarillos siguen cantando y sin la turbamulta que ahogue sus trinos el bosque recupera su magia. Así pues, no hay que preocuparse por aquello de quedarse al final de la cola más bien disfrutar de que “los últimos serán los últimos”. ¡Qué suerte!