A modo de confesión comparto con ustedes que hasta hace pocos días mi conocimiento de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” era superficial y limitado. No estoy segura si el hecho se debía a que nunca leí el texto completo o a que, si lo leí, lo hice de mala gana poniendo atención únicamente al aburrimiento que todos los adolescentes alguna vez decidimos que nos iba a causar tal lectura aun antes de empezarla.

Luego de este mea culpa quiero añadir, y no por excusarme, que honestamente creo que nunca me lo asignaron como lectura mientras estuve en el colegio. Quizás el moverme de Panamá a Estados Unidos durante el último año de secundaria ocasionó este vacío en mi cultura, pero, así como jurarlo sobre la biblia no puedo.

Aclarado este punto me muevo hacia mi presente y al descubrimiento de la aplicación El libro total la cual ha contribuido grandemente a mi actualización literaria en lo que a los clásicos se refiere pues solo ediciones que no tienen derecho de autor puedo encontrar en ella. Y, la maravilla es que hay muchísimos audiolibros que me acompañan cuando camino en el parque o cuando estoy aburrida en el carro o mientras intento limpiar, cocinar o botar chécheres de algún closet.

Obligatorio era pues llegar a conocer un poco mejor a Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza, depósito de todos los refranes del universo y uno más. Me parece que muchos caminantes del parque están convencidos de que padezco la misma locura que el “caballero andante” pues ando por aquellos senderos riéndome solita y a veces incluso murmurando pues cuando escucho una frase que me llama la atención empiezo a repetirla en voz alta para que no se me olvide antes de llegar a mi destino y poder usarla para algo, como es el caso de lo que hago hoy.

Seguro para ustedes el título del artículo les parece primo hermano de “más vale pájaro en mano que cien volando” con todo el significado intrínseco de la frase que nos lleva a concluir que es mejor tener lo que tenemos que esperar lo que no sabemos si llegará. Eso es lo que piensa cualquier persona normal y corriente, pero yo… ya saben ustedes que ni normal ni corriente.

Entonces a mi se me ocurre que eso es lo que puede pensar un chico cuando ve llegar al vecindario de su cuerpo la chancleta de su mamá. Algo como recibir dócilmente un chancletazo antes de ponerse a discutir sobre la validez de este y que a cambio le den dos. Es posible que los lectores del siglo XXI no tengan idea de qué estoy hablando pues no han conocido chancleta sobre su cuerpo, por lo menos no como la conocimos los veteranos del siglo XX que bastante tuvimos que esquivarlas para salvar la vida.

Y pensando en aquellos terribles métodos de castigo que se practicaban comúnmente en los años en que fui niña esbozo una sonrisa pues, a decir verdad, no recuerdo ningún trauma producto de estos. Y a veces pienso que a uno que otro padre le saldría mejor negocio que se lo llevaran un día ante el corregidor si es el precio que debe pagar para enderezar un poco el comportamiento de algún vástago, pero eso ya es otro asunto que merece sus propias quinientas cincuenta palabras.