El miércoles 26 de junio pasado, tuvo lugar Mosaico: Panamá país de oportunidades, una actividad que desde hace cuatro años organiza la sinagoga Kol Shearith Israel y para la cual invita a seis panelistas cada año, a contarle a los asistentes sobre sus experiencias de vida, sus vivencias profesionales o cualquier otro tema en el que, de alguna manera, se resalte que la “multiculturalidad” ha sido, y sigue siendo, un factor importante en la personalidad de nuestro país.
No en vano nos han llamado “puente del mundo y corazón del universo”, crisol de razas, “más que un canal”, en fin, nombres que indican que aquí pasan, se reúne y a veces permanecen gente y costumbres de todas partes del mundo. Este año, para la cuarta versión de Mosaico tuve el grandísimo honor de ser invitada a formar parte del panel. Confieso que tuve que vivir con “la abundancia de mariposas” también característica de nuestro país -en mi caso, en el estómago- por varias semanas, si no meses.
Se comparte podio, cámara y audiencia con gente muy importante, y aunque las presentaciones -muchas de ellas- se mantienen en un plano muy personal, siempre hay que prepararse con información que resulte interesante para los asistentes. Lo bueno es que uno tiene tiempo para hacerlo, pues la gente de Kol Shearith es muy organizada y lo mantienen a uno bien informado/actualizado de lo que se espera de los panelistas.
Ahora voy a lo que les quiero contar, que en realidad fue probablemente uno de los puntos que todavía me mantiene reflexionando: me llamaron escritora. Se me aguan los ojos cuando lo recuerdo o lo veo en los afiches que utilizaron para promover el evento.
A lo largo de estos casi 24 años que llevo hurgando en la memoria para compartir con ustedes momentos sencillos que de una u otra forma han forjado -como la multiculturalidad ha forjado un país como Panamá- a la persona que soy hoy en día, me he acercado al convencimiento de que cada experiencia, por insignificante que parezca, es parte vital de quien llegamos a ser.
Escritora… Es una palabra grande, muy grande y realmente no sé si lleno ese uniforme y una de las interrogantes que me ataca, constantemente, es si producir una columna semanal es suficiente para llamarse escritor o si es necesario publicar una novela o un libro de cuentos o una serie de ensayos, no sé, algo con más sustancia para aspirar al título.
A decir verdad, yo misma no me he podido responder. Sigo con mi oficio, sigo conversando con ustedes cada semana, con la esperanza de que “Del diario de mamá” llegue a sus 25 años en diciembre de 2020, mientras revolotean en mi cabeza otras ideas que quisiera poner en papel. Hay días en que me sobran unos minutos y me siento frente a la pantalla de la computadora a leer algo que se me ocurrió escribir hace uno o dos meses, pensando que podría ser parte de un todo más grande. A veces me ataca el deseo de cambiar de rumbo y dedicarme solo a escribir, a veces pienso que no lo hago por cobardía.
Quién sabe. Quién sabe por qué este gusano me tortura. Quién sabe si todo esto son solo locuras mías de domingo. Lo que sí sé es que ahora tengo dos cosas que agradecer a Mosaico: la oportunidad de participar en su versión 2019 y el amanecer, de ahora en adelante, con la emoción de haber sido llamada “escritora”.