Hace un tiempo leí en algún lado una frase que me pareció hermosa. “La tierra tiene música para aquellos que escuchen”. Quien sea que la puso donde sea que la leí, porque no recuerdo ni uno ni otro, se la atribuyó a Shakespeare, sin embargo, buscando comprobar dicha información encontré que era original del poema The Magic of Sound de un autor poco conocido: Reginald Holmes.

Lo mejor de este descubrimiento fue que pude disfrutar del poema completo que es muy hermoso. Desafortunadamente, no encontré una traducción al español y, como bien saben, mi fuerte no es la poesía así es que prefiero no pasármela de lisa tratando de ponérselo en mi lenguaje materno.

Lo que más me gustó fueron las imágenes que cada verso convocó en mi mente como “el murmullo del viento entre los pinos, las montañas repitiendo el eco del rugido de una catarata, o la suave voz de una madre cantándole a su niño al final del día”. Se las he puesto en desorden porque, no sé, así se me antojó, pues.

Eso no quiere decir que las preferí por sobre “el silbato de un tren que atraviesa la pradera o las notas de un órgano en una vieja catedral”. Igualmente, me hacen viajar a un lugar maravilloso “el murmullo de un arroyo juguetón y las risas de los niños jugando”.

Me encantó enterarme de que hay otras personas como yo que piensan que la vida -en la persona de la tierra en esta ocasión- tiene mucho que regalarnos, es cuestión de caminar con los ojos abiertos como dice mi amiga Chelle. Solo así podremos cosecharlos y tenerlos a mano para cuando los necesitemos.

Ustedes conocen que no soy buena para el canto, pero eso no significa que la música no toque una fibra muy especial en mi cuando la escucho. Y navego entre todos los tipos de música con igual deleite… excepto quizás aquellos en que predominan la “palabras sucias” pues no les veo ningún propósito constructivo.

Como ya les he comentado alguna vez, abrí los ojos a la música popular disfrutando con los cantautores de los años setenta que lograban contar una historia en la mayoría de sus canciones y, como yo soy de cuentos, ahí está la cosa. Pero igual me encanta bailar así es que, cuando la ocasión es propicia, me voy por ahí y si tengo que trabajar, que suele ser a diario, pues algo más calmadito y sin canto no vaya a ser que me distraiga demasiado.

Pensando en otros tiempos me doy cuenta de “como han pasado los años” pues cuando estaba en la universidad y me sentaba a estudiar encendía el radio y la televisión. A mi papá le querían dar ataques, pero como le decía yo: tenía el ruidito de fondo, pero no me podía concentrar en ninguna de las dos fuentes, por lo que mi atención iba completita a lo que estaba estudiando. Hoy en día, como se me ocurra hacer eso el corto circuito sería como el que a diario hace explotar los transformadores en mi calle o el que ocasionó el rayo que cayó en el reloj de la torre en Volver al futuro.

Y a diario le digo a la Tierra: escucho tu música.