Seguramente, muchos de ustedes habrán vivido la experiencia de servir como escalera para alguien que desea escalar en la vida. El ascenso puede ser de muchos tipos. Hay quienes aspiran a escalar en el mundo laboral, otros se concentran en el aspecto social y, por supuesto, que no faltan los que miran la obtención de grandes cantidades de dinero como su meta principal.

Todo eso está muy bien. No tiene nada de malo tener aspiraciones y más bien estas sirven como combustible para seguir andando hacia la meta deseada. Sin embargo, hay un detallito en esta dinámica y es que muchísimas veces, más de las que a uno le gustaría contar, quien te usa como escalera cuando llega a la cima, patea la escalera. En otras palabras, en el momento en que dejas de ser útil para sus propósitos te descartan.

El primer impulso ante la situación descrita es concluir que estos personajes son egoístas y malagradecidos. Es cierto, lo son, y acto seguido pasamos al sentimiento de autocompasión generado, más que nada, por el convencimiento de que nos tomaron por tontos. Es válido. Pero me gustaría que antes de permanecer en este círculo vayamos un poquito más allá y consideremos qué puede pasarle al escalador al quedarse desprovisto de escalera.

Piénsenlo, es un poco como ocurre en las cómicas cuando el travieso llega arriba, patea la escalera para inmediatamente darse cuenta de que ha quedado atrapado donde sea que quería llegar. Es en ese momento que el travieso se da cuenta de que no necesariamente quiere permanecer allí para siempre y ahora, sin escalera, no tiene salida.

¿Qué harían ustedes? ¿Volverían a convertirse en instrumento para el escalador, esta vez para contribuir a que acceda a otros destinos? ¿Se comportaría igual que el y se daría media vuelta y silbando se encaminaría en dirección opuesta? ¿Buscaría una postura en la mitad de ambos extremos? Está difícil la decisión.

Lo ideal sería tener suficiente malicia para detectar las intenciones de estos personajes antes de que nos conviertan en sus escaleras, pero no siempre se logra. Claro que habrá ocasiones en que contribuir al ascenso de alguien es un propósito en si mismo, como ocurre cuando proveemos a los hijos las herramientas necesarias para crecer como personas. Igual sucede cuando, en la oficina, tenemos un pupilo maravilloso y sabemos que no solo ascenderá profesionalmente, sino que agradecerá las ayudas.

Y es que de todo hay en la viña del señor, nos demuestra la vida. Y creo que nos lo repite para que caminemos siempre con los ojos abiertos y así nos evitemos desengaños. No hay nada peor que permitir que las malas experiencias endurezcan el corazón. Sin darnos cuenta bloqueamos senderos maravillosos que solo se descubren cuando miramos el futuro con la mente abierta.

Encuentro que la mejor forma de manejar a quienes patean la escalera –cuando hemos vivido la experiencia– es sencillamente, descartar la rabia y la frustración y seguir caminando como si nada. Eso sí, anotando en el libro de contabilidad vivencial que con esa persona habremos de tener cuidado en el futuro. Porque tropezar más de una vez con la misma piedra ya es tontería. Y ojalá no seas tú de los que patean la escalera.