Seguramente habrá muchos lectores de esta columna que recordarán “El catálogo de Sears”. Ese libraco, más gordo que el directorio telefónico, en el que aparecía todo cuanto una persona podía querer o necesitar en esta vida. Incluía ropa, juguetes, muebles, artículos para el hogar, tractores, herramientas para trabajar en el jardín, electrodomésticos grandes y pequeños, en fin, era la versión 1960 del buhonero de Pedrito Altamiranda. Era el Amazon de aquellos días.
No había nada más emocionante que a uno —niño como era— le pusieran el libraco sobre las piernas y le dijeran que podía escoger qué incluir en la lista para Santa Claus. Por supuesto que uno lo quería todo, pero había que escoger. Y no solo para Navidad se compraba en el catálogo de Sears, las mamás pedían “ropita” para el verano que uno pasaba en el interior, unas botas de vaquero y qué sé yo cuantas cosas más. Se llenaba el “formulario”, se llevaba a Sears en la Ave. Transístmica y equis cantidad de tiempo después las cosas llegaban. Los intríngulis del proceso de pagar, recibir y demás no sé cómo se hacían porque yo, a fin de cuentas, era una niña.
Las páginas del catálogo estaban llenas de fotos y/o dibujos de lo que vendía Sears por lo que en el caso de las cosas que venían dibujadas uno tenía que imaginarse como era el producto final. Por supuesto, que si bien Sears era un comercio bastante serio en el manejo de sus mercancías, de vez en cuando ocurría que el artículo que llegaba no exactamente idéntico a como uno lo había imaginado.
Hace unos días, conversando con alguien sobre las variaciones en el sistema de crianza de los hijos, me quedé pensando en que muchos siempre imaginan que en algún lugar del mundo existen una mamá y un papá perfectos y que sencillamente a ellos no le tocaron. En verdad no existen porque… a ver ¿Quién conoce a alguien perfecto? Por ese mismo orden de ideas uno termina pensando que sería genial que pudiéramos “ordenar” a las personas que convivirán con nosotros con todas las características y cualidades que nos harían felices. Tampoco es realista.
Y cuántas veces no ha usted escuchado a un amigo decir que tal o cual persona tuvo una muerte como “pedida por catálogo” porque se acostó a dormir a los 98 años y sencillamente no despertó de la siesta. Ninguna enfermedad terrible, ningún sufrimiento (ni para el ni para sus familiares), sin hospital, sin venoclisis, sin enfermeras entrando y saliendo del cuarto en la madrugada. Imaginamos nosotros que la persona se durmió plácidamente, pero en realidad no sabemos si algo lo torturaba.
Yo lo que pienso es que, aunque pidiéramos unos progenitores a la medida nunca llegarán idénticos a como los imaginamos, siempre tendrán sus cositas por aquí y por allá y por eso soy fiel creyente de que nos toca perdonar y olvidar cualquier error que nuestros padres hayan cometido porque así por lo menos llevamos crédito para que nuestros hijos nos perdonen los nuestros. Digo yo. Porque ya Sears no tiene catálogo y solo quedan unas cuantas sucursales por ahí pataleando y a punto de morir.