He oído a la gente decir cuando una de las partes en la disputa lleva todas las de perder y ahora mismo así estoy yo con mi corazón enfrentando a mi cerebro en una pelea que honestamente, no sé cómo irá a terminar. Les cuento un poquito: En el 2020, por segunda vez en mi vida (la primera fue en tiempos preinvasión) puse un arbolito de Navidad de mentira.

Ese año ni siquiera iba a poner árbol porque como saben todos estábamos encerradísimos y no veía razón para desempolvar chécheres y salir de mi aislamiento perfecto solo por un árbol. Sin embargo, acercándose la fecha mis hijos propusieron que se encerrarían por 15 días, se harían prueba de Covid-19 y se mudarían todos a mi casa y de esa forma pasaríamos las fiestas con la nietera. Ya saben que celebrar Navidad con niños y sin árbol no es algo que considero apropiado, así es que en unos de esos lugares que mandaba cosas a la casa encontré un arbolito medianamente decente y me eché al agua.

El año pasado también hubo crisis cerca de Navidad así es que se repitió el mentiroso. No sé por qué una vez que logramos bajar la tasa de contagio a casi cero buscamos la manera de subirla para diciembre. Ni modo.

Ahora ocurre lo siguiente: han llegado los arbolitos de verdad y ya no hay encierro y yo los miro y los miro los miro y, a pesar de mi poco olfato los huelo y confirmo que Navidad es arbolito de verdad, sin embargo, mi cerebro me dice que lo lógico y prudente sería bajar al depósito y sacar al susodicho que resultó salvador en los últimos dos años.

El asunto es que cuando ya tengo la llave en la mano y voy camino a buscarlo recuerdo cuanto me gustan los otros. Cerebro entra en acción para recordarme que hay unos alérgicos en la familia, corazón riposta que todos esos alérgicos vivieron con árboles de verdad mientras eran residentes de mi domicilio y no les pasó nada. Unos cuantos estornudos y mocos y ya. Cerebro regresa para recordarme el reguero que se forma a la hora de quitar y botar el de verdad… ¡Auxilio, socorro!

El bolsillo se mete en la discusión sin que nadie lo haya invitado y mete su cizaña, el corazón hace inventario de cintas y adornos y opina que, aunque están en perfecto estado ya se podrían cambiar por unas que no tengan tanto brillo. Cerebro recuerda que el año pasado se compraron un par menos escarchudas, pero el corazón le dice que mmmm…. No son suficientes, que me quedé con ganas de más de las nuevas. Y todo esto ocurre mientras yo trato de mantener la cordura y trabajar. Se me está haciendo difícil.

No sé cuál será el final de esta historia porque la batalla está literalmente encarnecida y puede que nadie salga ileso de esta escaramuza. Mientras tanto me pregunto cuan necesaria será esta angustia por algo tan…. ¿tan qué? ¿Tan irrelevante frente al gran escenario de la vida real? Quizás, pero es que no me resigno a escoger el camino fácil así nada más. Como dice mi marido “es que a ti te gusta luchar”.