Me encuentro con alguien que tenía siglos de no ver. Alguien a quien solía ver con frecuencia, fuese por motivos de trabajo o sencillamente porque antes de la dichosa pandemia uno solía circular por el mundo.
Parte de esa circulación incluía asistir a reuniones. Siempre he detestado las reuniones porque suelen durar horas, se resuelve poco y se pierde mucho tiempo. He calculado que del tiempo que uno pasa reunido solo el diez por ciento se usa para realmente tratar el tema. El resto del tiempo pasa uno escuchando a quienes les encanta oírse hablar y en realidad no dicen nada. Estos son los peores pues intervienen y opinan sobre cada palabra que se dice.
Siempre he detestado las reuniones porque suelen durar horas, se resuelve poco y se pierde mucho tiempo. He calculado que del tiempo que uno pasa reunido solo el diez por ciento se usa para realmente tratar el tema. El resto del tiempo pasa uno escuchando a quienes les encanta oírse hablar y en realidad no dicen nada. Estos son los peores pues intervienen y opinan sobre cada palabra que se dice.
Luego están los que dibujan en su cuaderno de notas o en cualquier pedacito de papel y al final preguntan sobre todo lo que ya se habló. Claro, que actualmente ese papelito se ha convertido en un celular en el que pretenden estar tomando notas de lo que se dice cuando en realidad están chateando con algún manzanillo o viendo Instagram.
A pesar de todo esto, cuando las reuniones eran presenciales por lo menos tenían la ventaja de que superada la rabia del tranque vehicular para llegar y salir de la reunión, por lo menos uno tenía la oportunidad de intercambiar con seres humanos vivos y expresivos. Ocasionalmente un intercambio de abrazos, un preguntar por la familia, en fin, un poquito de icing en ese cake, pero, en conclusión, más pérdida de tiempo que oportunidades para crear y solucionar.
Ahora el panorama es diferente pues, entre el sesenta y el ochenta por ciento de las reuniones, se lleva a cabo “por plataforma”. Zoom, Teams, la que más rabia le dé, pero no dejan de ser reuniones y no dejan de ser, en su mayoría, una pérdida de tiempo. Los personajes son los mismos que conocimos en las reuniones presenciales con la única diferencia de que como no perdieron tiempo en el tranque piensan que es permitido gastar esas horas en idioteces que alargan innecesariamente la reunión.
Como habrán notado, soy enemiga de la “reunionitis”, no tengo la paciencia que se requiere para pasar horas y horas de mi vida —que ya va bien adelantada— escuchando tonterías. Además, no se imaginan el esfuerzo que requiere de mi espíritu morderme la lengua y quedarme callada cada vez que se me antoja mandar a callar a los tontos. Ya saben, a uno lo educan para ser respetuoso y por ahí va la cosa, pero salgo agotada de tanto esfuerzo.
En resumidas cuentas, a pesar de mi odio a la “reunionitis” creo que prefería las juntas presenciales, los “comités” de esto y aquello, que no son más que reuniones satélites de la principal, pero con la misma mecánica pues de allí por lo menos me llevaba un abracito y algún cuento interesante sobre la vida de alguna persona apreciada a nivel personal. Como ven antes perdíamos el tiempo en grandes salones helados y ahora lo perdemos en la comodidad de nuestra casa, quizás en “shorts y chancletas” y disfrazados con una camisa decente de la cintura para arriba. Pero de que perdemos el tiempo, lo perdemos.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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