Hace muchos años tuve un encuentro ideológico con mi papá. Eran los días en que trabajaba dieciocho horas al día en el Aeropuerto de Tocumen, llegaba a casa a las mil y quinientas y, luego de un breve descanso, dedicaba horas a la traducción del libro A Guide to the Birds of Panama. Tenía que atender a mis hijos, a mi marido y mi casa. Fueron tiempos difíciles en cuanto a que el tiempo escaseaba, aunque todavía las energías abundaban.
Un día mientras ponía precios a un pedido de relojes que me acababa de llegar recibí la llamada de mi papá. Como todos los padres me hizo el cuestionario completo sobre mi horario/calendario y demás temas de mi vida. Yo le fui contestando y al final del interrogatorio se le escapó un “pobrecita”.
No saben lo furiosa que me puse. En verdad, quizás hasta más de la cuenta, pero es que siempre me ha molestado sobremanera que me tengan lástima. En aquellos momentos difíciles que la vida ha tenido a bien regalarme he concentrado mis esfuerzos en evitar la autocompasión pues, aunque alguna vez se apoderó de mí, logré entender que es un sentimiento que solo conduce a senderos sin salida.
En mi universo “pobrecita” quiere decir “no eres capaz” y honestamente siento que es una conclusión ofensiva. Empatía y colaboración, las acepto, pero lástima jamás. Requiero más respeto de las personas que me aprecian. Equivocada o correcta en esta apreciación, es la que tengo.
Es quizás porque llevo tan arraigado el sentimiento de querer obtener mis metas gracias al esfuerzo propio que no logro comprender por qué los panameños ahora desean vivir solo de subsidios. No entiendo cómo nadie puede preferir depender de las migajas que ofrecen gobiernos ineficientes e ineficaces (por no decir ineptos), que todos sabemos que a largo plazo no son sostenibles, si sabemos que llegará ese día en que luego de sacada la última moneda del arca y gastado el último real del crédito disponible quedarán en el mismo lugar que estaban al recibir el primer subsidio: sin nada.
No entiendo por qué en vez de pedir que les regalen no exigen que se les ofrezcan herramientas para ser autosuficientes. ¿Por qué se conforman con una educación MEDIOCRE (y esta palabra es un piropo pues es pésima) cuando podrían exigir una de calidad que sirva para cerrar aquella famosa brecha entre ricos y pobres que tanto cantaletean?
¿Por qué en los cierres de calles y autopistas no veo ningún letrero (o muy pocos) que demanden que se termine la corrupción que tiene al país sin agua, sin caminos, sin escuelas, sin comida, sin empleos ni medios de trasporte dignos, sin medicinas, sin nada? Porque, si no lo ha notado, cada centavo que un político se roba es una oportunidad que se le quita al pueblo, es un cuaderno menos y un maestro adicional sin capacitación que entra en el sistema. Y todo porque “pobrecitos”. Y gracias a que todos son “pobrecitos” hay que pasar de grado a los alumnos que fracasan un millón de materias y hay que aumentarles el sueldo a los funcionarios ineficientes y “llenar las cuotas políticas” contratando más y más botellas. ¡Pobrecita mi Panamá!