Quienes nacimos a mediados del siglo XX pasamos la niñez corriendo por los patios del vecindario, montando bicicleta en las calles (yo no, pero ese es otro cuento), subiendo a los árboles a cosechar las frutas de estación y creyendo que el paraíso duraría para siempre. Nuestras mamás se ponían spray “del malo” cada vez que se peinaban para algún evento importante y no lo hacían por maldad sino simplemente porque no sabían el daño que estas pequeñas cosas de la vida diaria podían hacerle al planeta Tierra, que es, por cierto, el único que tenemos.
Los automóviles eran enormes porque las familias eran igualmente enormes y para que se movieran con fuerza tenían unos motores del tamaño del Empire State Building que tragaban gasolina como una lavadora industrial consume agua, que, por cierto, tampoco se ahorraba. Los jardines se regaban a manguera pura, fuera invierno o verano y, de paso, los chiquillos matábamos por un buen baño en manguera. Y si lavábamos el auto gigantesco lo hacíamos igualmente con la manguera abierta durante todo el proceso. Nadie nos había dicho que existía otra forma de hacerlo. Nadie sabía que el agua se podía acabar.
En realidad, la raza humana andaba feliz consumiendo todo aquello que, como ya he dicho, pensaba que no se acabaría jamás. Pero un día fueron apareciendo científicos que miraron más allá de lo obvio y empezaron con sus advertencias de “ojo, algo malo está ocurriendo”. Pero eran los loquitos, aquellos que parecían de otro planeta y nadie les hacía caso. Hasta que un día, sin previo aviso, un río se secó, surgió un desierto por allá, llegó una hambruna por acá debido a una inusitada falta de lluvia —misma que seguramente había sido la causa del nacimiento del desierto—, los mares aparecían llenos de basura y muy lentamente y en silencio los glaciares se empezaron a reducir de tamaño, entre otras cosas. Y seguíamos sin hacer caso.
Como suele suceder, algunos grupos despertaron del letargo del abuso y empezaron a “cuidar” el planeta. A cuidarlo lo poco que podían frente al resto de la humanidad. Lo bueno es que fueron creciendo estos grupos y llegó un día en que incluso naciones se sumaron al esfuerzo, pero, por supuesto no todas, quedándose por fuera algunas de las más importantes.
Pienso que llegado el siglo XXI ya sabemos el daño que ocasionamos al planeta, ya sabemos que debemos cuidarlo, pero como sucede muchas veces, predicamos mas no hacemos. Porque, claro, siempre es más fácil que otro haga lo difícil mientras nosotros nos quedamos en lo fácil, en lo pequeño, en la protesta.
No sé si habrán notado que en los últimos años cuando no llega El Niño aparece La Niña, ambos desbalanceando el funcionamiento de regiones y países. Hace cincuenta años llegaban ocasionalmente, hoy en día son frecuentes y recurrentes, tanto así que ya parece que el nombre “fenómeno” ni se aplica dado que son ocurrencias comunes más que raras.
Yo no sé ustedes, pero yo me preocupo. Nadie nos había dicho que existía otra forma de hacerlo. Nadie sabía que el agua se podía acabar.
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