Cada vez que puedo, y la vida me ofrece la oportunidad, escribo más artículos de la cuenta como para tener algunos textos en el banco. Así, si algo ocurre en el camino, puedo dormir tranquila sabiendo que allá en el universo de revista Ellas, tienen material para cubrir mis imprevistos. No siempre puedo y, a veces, el banco se gasta más rápido de la cuenta y tengo una que otra corredera. Trato de evitarlas porque entiendo que el trabajo de la gente que monta la revista es súper apretado y que cualquier atraso los pone en problemas, pero ¿para qué mentirles? A veces no todo es perfecto.
Ahorita mismo, por ejemplo, aprovecho el ratito entre el desayuno y la hora de salir (es nuestro último día en Seattle) para ir engordando mi cuenta con Ellas. Pero… como ocurre con las dietas yoyo es un solo engordar y adelgazar, porque las semanas en los diarios transcurren diferente que en el resto del mundo.
Por ejemplo, cuando María y yo hacíamos A la mesa el calendario era bien loco. La revista se imprimía 10 días antes de la fecha de circulación, lo cual significaba que había que terminarla cinco días antes de la fecha de impresión (o sea ya van 15 de adelanto). En términos de “adelantos” eso significa que si yo tenía que ausentarme por una semana, debía dejar tres o cuatro ejemplares listos para imprimir. Y cuando regresaba ya tenía el próximo en el cogote. Nunca olvidaré que cuando me escapé por 40 días para hacer el Camino de Santiago, tuve que adelantar 10 ejemplares.
Se podrán imaginar que llevar esas cuentas era muy delicado. Claro, que yo tenía seis años menos y el cerebro me funcionaba mucho mejor. Lo que quiero decir con esto es que ya no se me hace tan fácil mantener un registro detallado de adelantos por feriados, cambios en fechas de impresión y por lo tanto de entrega, en fin, de esos detalles que para la gente que camina por la vida con el sombrero de La Prensa es asunto de vida diaria.
Ahora bien, cumplidos 23 años de esta columna, es un orgullo decir que solo una vez quedó el espacio vacío. Dice la calculadora que eso debe sumar mil 196 textos -aproximadamente, pues los primeros meses no publicaba semanalmente- pero como no tengo a mano los archivos, se me hace difícil darles una cifra exacta.
Me fascina escribir esta columna. Sonrío cada vez que pongo un punto final, que en realidad lo veo como un punto y seguido, pues sé que como decían las series de televisión de los años 60, “esta historia continuará…”. Espero tener fuerzas e ideas para continuarlas por varios años más, pues me hace tremendamente feliz ver episodios de mi vida pasar frente a mis ojos como una película mientras voy hilando letras, palabras y oraciones.
Hay días en que me levanto pensando que debería escribir “la última columna”, algo así como un testamento y tenerla guardada para que si algo imprevisto ocurre no tenga que dejarlos sin despedirme, pero luego recapacito, pues se me ocurre también que a lo mejor “la salo” y el cerebro se pone en modo “estoy seco” y eso sería terrible. Entonces… sencillamente seguiré escribiendo los “porsiacasos” como este segura de que el punto que voy a poner ahorita es sencillamente… punto y seguido.